Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
virilidad excitada en vecindades lúbricas. A talea<br />
desusos no se les puede llamar piropos, sino por<br />
incapacidad o ausencia de un idioma vernáculo<br />
en que todas las inflexiones de la intención se estampen<br />
en palabras. Son frases filosas, casi pérfidas,<br />
vacías de palabras, con su gesticulación reducida<br />
a su variedad tonal. Cada una de ellas es<br />
síntesis de una tragicomedia muda y reñida con<br />
toda atinencia social. “¡Qué papa!” “¡Lindas piernas<br />
para un invierno!” “¡Si yo fuera su hermano<br />
no la dejaba andar sola!”<br />
Quiero olvidar en este momento aquellos decires<br />
chabacanos que son la voz de un grupo que<br />
está pidiendo un chiste para reír, y aun aquella<br />
frase trivial que articulamos sin darnos cuenta y<br />
sin interrumpir al andar de una conversación.<br />
Pero el hombre porteño —celoso de sus privilegios<br />
masculinos— obsequia a la mujer un homenaje<br />
en que jamás puede ser sorprendido en delito<br />
de adulonería sexual, ni en solicitudes de cariño.<br />
<strong>El</strong> hombre porteño en ninguna ocasión depone<br />
su perversidad verbal. Sólo es dadivoso de<br />
ternura y suplicante de ella cuando mira. <strong>El</strong> piropo<br />
del hombre porteño es su mirada. La mirada<br />
traiciona la cáscara de encanallamiento en<br />
que se guarece. En las calles, en los tranvías, en<br />
los intervalos de los cinematógrafos, en los entreactos<br />
de los teatros, en los vagones del subterráneo,<br />
en todas partes donde está solo consigo mis-<br />
16