Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
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carácter y “seguidor”, el voluntarioso, el expansivo,<br />
el pundonoroso, el austero, el emprendedor<br />
y el apático.<br />
No más de cincuenta son estas voces porteñas<br />
que aisladas, en la soledad de un diccionario, carecen<br />
de significación. Para valer algo, para vivir,<br />
tienen que unirse a un hombre. Cualquier<br />
acepción que se les atribuya es errónea. Su significación,<br />
como el de una interjección, es un reflejo<br />
del estado de ánimo del que habla y varía<br />
con la prosodia, con su inserción en el discurso,<br />
con la intención que las acentúa, con el gesto que<br />
la acompaña, y, sobre todo, con los episodios y<br />
anécdotas ya relatados o añadidos o supuestos,<br />
referente a la persona que se califica. Siendo tan<br />
amplio y de tantos matices probables el contenido,<br />
esos vocablos son verdaderos pases magnéticos<br />
verbales en que se transfunde de un interlocutor<br />
al otro una sensación humana completa. No<br />
son, como se repite habitualmente, palabras de<br />
pereza intelectual. Para describir, aunque no es<br />
facundo, el porteño es vivaz, y su terminología<br />
colorida. Dirá de un obeso: “<strong>Que</strong> le chorrea la<br />
panza”, de uno vestido con un traje a cuadros,<br />
que “se disfrazó de ajedrez o de calle mal adoquinada”;<br />
pero en la justipreciación de las calidades<br />
ingénitas, recurre a su lenguaje vagoroso,<br />
interjeccional. Quizá el porteño piensa que adjetivar,<br />
definir, es en cierta manera juzgar, y el<br />
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