Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
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todo porteño debe cumplir la función que el estado<br />
le encomienda y nada más que ella. Desobedecerlo<br />
es disminuir su autoridad. Extralimitarse,<br />
arrogarse misiones impropias del cargo, es<br />
también lastimar la idea del estado, exponerlo a<br />
la buena voluntad de los individuos. En ambos<br />
casos, el sentimiento de la responsabilidad se aviva<br />
en el porteño, y el hombre cae de nuevo en la historia,<br />
en la comparación con otros estados, en sus<br />
diferimientos, en el estudio de sus puntos débiles,<br />
y queda insertado en la sucesión del tiempo de<br />
donde justamente quería zafar.<br />
<strong>El</strong> que desacata al estado o lo tutela es, por lo<br />
tanto, enemigo de la tranquilidad porteña, y el<br />
<strong>Hombre</strong> de Corrientes y Esmeralda lo castiga con<br />
todo rigor de indulgencia. <strong>El</strong> ladrón que huye,<br />
por ejemplo, debe ser apresado por el vigilante.<br />
Los particulares que se entrometen, por plausible<br />
que sea su intención en sí, son censurables. <strong>El</strong> vigilante<br />
es el personero del estado en esa actividad<br />
y el único, por lo tanto, a quien compite causarla,<br />
aunque no sea el más idóneo personalmente. Nadie<br />
se burlará del vigilante que sufre un fiasco en<br />
la persecución del delincuente, que se rezaga o se<br />
cansa. Todos se reirán del meterete que quiso cooperar,<br />
se reirán con esa temible socarronería que<br />
el porteño utiliza solamente en casos graves. “Diga,<br />
don, ¿y no se cansó corriendo tanto” “Había<br />
sido rápido. Yo creía que era Zabala que an-<br />
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