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Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF

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lica o cuántos millones exactos de vacas se apa-<br />

cientan en nuestros campos<br />

*ESCENA. — “No me hable de una mujer, exclamó.<br />

Tengo una fantasía exuberante e inmediatamente<br />

me forjó una imagen obsesionante, una<br />

imagen que me atrae como ninguna mujer podría<br />

atraerme. Entonces necesito ver a la mujer que<br />

me ha descripto para destruir la ficción que yo he<br />

creado, para despejar la alucinación”. Y no le<br />

hablé. Quién sabe lo que hubiera ocurrido con<br />

ese tremendo porteño que se pasó de la raya, porque<br />

la mujer de quién yo iba a hablar era muy<br />

linda y no iba a encontrarla, porque ya se había<br />

muerto. Esto sucedía en el Café Tokio, frente a<br />

los Tribunales, en un ambiente de leguleyos y<br />

avenegras. Él era una de ellas.<br />

*EMBRIAGUEZ. — <strong>El</strong> vermuth embellece a<br />

la desdentada violinista, que exhala un tango en<br />

lo alto de una predicadera. Ocluye con un incisivo<br />

albo la negra ausencia del diente que le fue<br />

extraído. Contornea las descarnadas pantorriüas<br />

de la pianista. Tizna de blondos reflejos las mechas<br />

hirsutas y crinudas de la maríscala de la batería.<br />

Cura la clorosis del segundo violín. Armoniza<br />

la cadencia dislocada y hambrienta del es-<br />

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