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Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF

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la compañía de ciento de miles, de millones de<br />

hombres que arribaban solos, embarcados en una<br />

quimera de hartura corporal, y ahuyentó fulminándolas,<br />

a las mujeres extranjeras que se atrevieron<br />

a desafiar las rigurosas reglamentaciones que para<br />

evitar su ingreso se dictaron. Buenos Aires no quería<br />

mujeres: las repudiaba, aunque el equilibrio<br />

estaba ya seriamente comprometido y en un millón<br />

y pico de habitantes había ciento veinte mil<br />

mujeres menos que hombres. (En las agrupaciones<br />

normalmente balanceadas por el acomodo de los<br />

muchos años, las mujeres sobrepasan ampliamente<br />

el porcentaje de los varones).<br />

Ya en el atolladero, la ciudad hizo más aún.<br />

Desacordó las naturales trabazones de los sexos.<br />

Los alejó a unos de otros; cizañó sus relaciones,<br />

aboliendo los requerimientos más premiosos de sus<br />

hijos. <strong>Hombre</strong>s y mujeres se zanjaron en una rivalidad<br />

que ni el matrimonio salvaba. Por la presión<br />

del ambiente enrarecido, la mujer veía en el<br />

hombre al timador de su honestidad. <strong>El</strong> hombre en<br />

la mujer, la enemiga de su lozanía instintiva. Los<br />

hombres quedaron desamparados. La ciudad se<br />

encerró en una mojigatería solemne, casi atrabiliaria.<br />

<strong>El</strong> beso era un delito policial. Los mocosos se<br />

mofaban de las parejas que se deslizaban por las<br />

calles al anochecer. Se le gritaba: “Perro larga ese<br />

hueso”. Con mano dura se extirpó el amor de la<br />

ciudad. Hasta los burdeles se cegaron o se repri-<br />

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