Scalabrini-Ortiz-Raul-El-Hombre-Que-Esta-Solo-Y-Espera-PDF
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cualquier individuo destacado de esos géneros<br />
morigerados, y el porteño lo invita a comer. Si<br />
consigue burlar la mesura del visitante, si consigue,<br />
por ejemplo, embriagarlo, es decir, superarlo<br />
en resistencia física, en fisiología, “sobrarlo”,<br />
se ríe de buena gana. Y cuenta: “Che, el sabio<br />
se mamó en la comida de anoche. ¡Y vieras qué<br />
macanas decía! Nos hemos muerto de risa con<br />
los muchachos”. No es este un afecto de malignidad,<br />
sino de interés por el contenido personal de<br />
las reputaciones.<br />
<strong>El</strong> conde Keyserling disfrutó de gran admiración<br />
porque hablaba más que nadie, se movía<br />
más que nadie, gesticulaba más que nadie, bebía<br />
más que nadie, se reía más que nadie... y además<br />
era una inteligencia universalmente apreciada que<br />
se escabullía airosamente de todas las celadas. ¿Se<br />
acuerda Ud. conde Se acuerda de cuando usted<br />
decía: “No sé qué me pasa en Buenos Aires. Estoy<br />
dislocado. No escribo, y ni siquiera mis apuntes<br />
tomo”.<br />
Así, en este refrescamiento de los quilates humanos,<br />
el hombre porteño levantó una perspectiva<br />
a su desánimo. Aprendió a mirar en torno de<br />
él y encontró en los hombres mismos, en sus inmanencias<br />
y no en sus jerarquías postizas, un motivo<br />
de emulación, un aguijón para su apatía, una<br />
rivalidad razonable. <strong>El</strong> hombre es el horizonte a<br />
que el <strong>Hombre</strong> se aferra para no ver el otro.<br />
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