Elena Pellús Pérez - RUA - Universidad de Alicante
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la cruz <strong>de</strong>l Señor, por encima <strong>de</strong>l mástil vuela una paloma<br />
que no se espanta <strong>de</strong> los sollozos <strong>de</strong> los marineros. Durante<br />
mucho tiempo pareció estar colgada cerca <strong>de</strong> la nave, más<br />
que volando. Los calmó y les mostró sin duda un buen auspicio.<br />
Seguidamente, una gran alegría y confianza se apo<strong>de</strong>ró<br />
<strong>de</strong> los que poco antes estaban <strong>de</strong>salentados y sin esperanza<br />
<strong>de</strong> salvarse, pues les pareció digno <strong>de</strong> admiración. Todos lloraban<br />
<strong>de</strong> alegría, tendían las manos al cielo, daban gracias al<br />
clementísimo Dios señor <strong>de</strong> todas las cosas. Gritaba alguno<br />
que ciertamente la tierra no estaba lejos; otro, que era el Santo<br />
Espíritu el que en aquella forma alada se había dignado a<br />
venir para consolar a los tristes y afligidos. A don<strong>de</strong> la paloma<br />
volaba, allí la nave se dirigía.<br />
Pero al día siguiente, la paloma <strong>de</strong>sapareció. Resulta increíble<br />
recordar cuánta tristeza, y dolor, y miedo, contrajeron<br />
quienes estaban en la nave. Más aún, si bien la esperanza es la<br />
única compañera <strong>de</strong> los mortales, con gran pesar mantenían la<br />
vida. Cuatro días <strong>de</strong>spués, Cristóbal Zorzo, el vigía <strong>de</strong> la nave,<br />
ve una tierra blanquecina y grita que ha divisado tierra. Al grito<br />
<strong>de</strong> éste, todos, como <strong>de</strong>spertados <strong>de</strong> un sueño muy profundo,<br />
habiendo abandonado todo el abatimiento <strong>de</strong> ánimo, se<br />
apresuran hacia la proa, don<strong>de</strong> estaba Zorzo, para comprobar<br />
con sus propios ojos lo que tanto tiempo habían <strong>de</strong>seado.<br />
Vista ya la tierra y una vez reconocida, empezaron a brotar<br />
lágrimas <strong>de</strong> alegría, todos saltaban <strong>de</strong> gozo, se abrazaban<br />
unos a otros. Francisco Niño, el piloto, afirmaba que la costa<br />
<strong>de</strong> esa tierra que todos contemplaban era la Higuera y el<br />
cabo <strong>de</strong> Samaná: "Si no es así" <strong>de</strong>cía, "arrancadme la cabeza,<br />
y el cuerpo echadlo a que se cueza en esa marmita que está en<br />
el fuego". Sin embargo, Quintero y su padre, como estaban<br />
empeñados obstinadamente en el mismo asunto, mantenían<br />
que aquello no era cierto.<br />
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