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132 BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />

perdido a su madre siendo muy pequeñas, y vivían en Chiquinquirá<br />

con su abuela paterna, doña Julia Rubio Gutiérrez, en una mansión<br />

colonial frente al hoy Parque Julio Flórez. Las cuidaba y vigilaba, su tía<br />

doña Belén Fernández de Soler Martínez, hermana del Dr. Alejandro<br />

Fernández Toledo, el abuelo, que ejercía en Gachetá su profesión de<br />

médico, y más tarde fuera notario del pueblo. Este abuelo, hijo de don<br />

Francisco Fernández Cualla y doña Amalia Toledo Tavera, era un hombre<br />

de gran cultura, que vio la primera luz en la hacienda El Tigre, en la<br />

población de La Mesa, Cundinamarca. A su muerte, acaecida el 20 de<br />

diciembre de 1904, sus herederos recibieron una inmensa fortuna en<br />

latifundios aledaños a la población de Garagoa, Boyacá.<br />

Sobre este momento específico, me permito hacer una corta lectura<br />

de mis palabras pronunciadas como Presentación al libro Raíces<br />

boyacenses, escrito por el médico autor Dr. Fernando Gómez Rivas,<br />

que describen el momento en que mi abuela materna, Julia Fernández<br />

de Flórez, se moviliza de Bogotá a Garagoa, con sus dos pequeñas hijas,<br />

a reclamar la herencia de su difunto padre:<br />

El bisabuelo Dr. Fernández Toledo ha muerto en 1904, y Julia, mi abuela<br />

materna, prematuramente viuda, emprende viaje hacia las lejanas<br />

tierras de Garagoa acompañada de sus pequeñas hijas Paz de seis años<br />

y Luz de cuatro. Vestida con su toca de viuda, se dirige a reclamar la<br />

parte que le corresponde del inmenso latifundio de su padre, ahora en<br />

pleito tras su muerte, que lindaba con cinco municipios y de cuya<br />

herencia había sido excluida. Ante el tribunal de Tunja apela y gana, en<br />

las tres instancias, una tercera parte de la hacienda...<br />

(Hasta aquí, mi digresión)<br />

En enero de 1890, el capitán efectivo de la guardia colombiana y<br />

adjunto al Estado Mayor de la Escuela de Ingeniería Civil y Militar, Alejandro<br />

A. Flórez (Alejando Alfredo), en una de sus visitas semanales a<br />

Chiquinquirá había sido presentado a Julia, una de las niñas Fernández<br />

Rubio, de deslumbrante belleza y virtud, que, podríamos decir llanamente,<br />

«le robó el corazón». Durante la semana que permaneció en<br />

Chiquinquirá, población de su nacimiento, Alejandro se enamoró de la<br />

joven Julia y le declaró su amor con canciones compuestas por él en<br />

música y letra. El joven cantaba bien y tocaba piano y guitarra, todo<br />

esto unido a su arrogante figura. Al despedirse para regresar a la capital,<br />

tuvo la sensación, según sus propias palabras, de que: «el recuerdo<br />

de Julia hubiese querido engarzarse para siempre en mi memoria».

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