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OBITUARIO 197
ellas, al ejército libertador que acababa de cruzar el páramo inhóspito
de Pisba.
Dieciocho cargas de ropa, casi toda femenina, juntaron para cubrir
a los desfallecidos llaneros que comandaba «El hombre de las dificultades»,
nuestro Libertador Simón Bolívar. Así disfrazados los soldados
del ejército patriota, pelearon en la terrible batalla del Pantano de
Vargas, hasta alcanzar la victoria.
Allí, en Socha, y luego en Santa Rosa de Viterbo, bebió Soto Aparicio
«El corazón del alba», «La oración personal a Jesucristo», la inspiración
de todas sus hazañas, iluminó el sendero de sus sueños, sacralizó el
amor de sus entrañas, entrevió lo duro de la vida, la ingratitud, la envidia,
y las traiciones, sintió la pasión por el terruño y escribió en el lenguaje
de Castilla, el «Himno a la Patria».
En esta dolorosa despedida, para acompañar al amigo de todas las
horas, recordaremos un par de estrofas de sus versos, cuando le enseñó
a su hermanito menor la noción de patria:
Un día, caminando
por el viejo sendero de la casa,
oí la débil voz del pequeñuelo:
¿Hermano, qué es la patria?
Patria, pequeño, es esto: es esta rosa
que abre su polen al amor del agua;
el suelo que tú pisas, que recorres
hollando suavemente con tus plantas;
el cielo que te cubre
cuando sueñas de noche entre tu cama
Patria, pequeño, son esas nubes grises
que cubren el pudor de la alborada;
son los collares yertos de la lluvia
que del pecho del aire se desgranan;
son las tardes de sol, que reverberan
en los cristales líquidos del agua.
Patria es todo, pequeño: es la sonrisa
y es la blanca tristeza de las lágrimas.
Es el suelo que pisas