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BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA
medio más potente en el cual rastrear el poder simbólico del Cisne de
Avon: la internet. La pesquisa arrojó lo siguiente: Dios encabeza la lista
de páginas que hablan sobre él; encontradas en Google: ciento treinta
y tres millones. Después sigue Shakespeare con quince millones. Así
que continúa el sacrilegio. Ahora son sus pies, pues Stratford-upon-
Avon subsiste de su imagen a modo de industria cultural. Ya ni se sabe
con certeza su origen. «Shakespeare es el menos inglés de los poetas
de Inglaterra» afirmaría Borges, aumentando la brecha entre quienes
lo consideran un traidor o un héroe.
Sus manos fueron repartidas por todo el mundo, pues es el autor
que más ha sido adaptado en la literatura, desde Hollywood hasta el
cine independiente. También en historietas, libros, librillos, adaptaciones
contemporáneas de su obra, y hasta historias para niños se suman
al repertorio. Esto sin contar sus perseguidores biográficos. Se cree que
Macbeth es la obra más reproducida; a diario, cada cuatro horas, se
presenta la obra en alguna parte del mundo.
Muchos autores de gran nombre, guardan un lugar privilegiado a
Shakespeare, en sus escritos, posturas e influencias, llamándolo de muchas
maneras y recordando su importancia vital, en la literatura fantástica
o romántica. Pero, si se cayera en aquella lógica, sería este, el
precursor de casi todas las corrientes literarias existentes en la modernidad.
Sin duda él ha pagado la carrera de muchos críticos literarios y
ha abierto la discusión de la academia. Muchos lo consideran farsante,
otros más, lo llaman maestro, ha influenciado la cultura comercial y la
contra-cultura, ha enriquecido los saberes mundanos y especializados;
a Shakespeare se le puede llamar un autor universal tan versátil, que se
ajusta por igual a «buenos y malos», que hace llover un exquisito lenguaje
sobre cualquier tipo de lector. Lo que sí concluimos, es que el
sacrilegio ha sido evidente, pues es un escritor maravilloso, que nos
invita a leerlo con humildad profunda, pues él conocía letra por letra a
sus lectores. Es por eso que perdura, por la complejidad que consiste
en conocer al género humano. Y si nos conoció tan bien, ya conocía el
sacrilegio, de antemano, porque la misma pluma que empuñó para
escribir Hamlet, la empuñaría para escribir tan ligero epitafio como parte
de su obra literaria. El autor que nos leyó hace tanto tiempo, sabía de
nuestra curiosidad y capacidad de tergiversación.
Cuando terminamos esta conversación, solamente podemos decirle
al gran maestro inglés: ¡Felices cuatrocientos años de inmortalidad y
por supuesto, paz en su tumba!