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BOLETÍN DE LA ACADEMIA COLOMBIANA<br />

delicadeza y grosería, las que edifican el mundo correspondiente. De<br />

intrigas incesantes, de hombres que representan mujeres y mujeres que<br />

actúan como hombres, de teatro dentro del teatro, y de la maquinaria<br />

chirriante del poder destrozando en sus crueles engranajes tanto a los<br />

usurpadores como a los legítimos herederos.<br />

Porque Shakespeare vivió entre el catolicismo fanático de María Tudor<br />

y el régimen puritano fundamentalista de Cromwell e Isabel I, la reina<br />

virgen, con su estado policial. Era hijo de un guantero que traficaba<br />

con lana en el mercado negro y se casó con Ana Hathaway, que le<br />

llevaba ocho años. Lo intrigante es que un buen día, después de haber<br />

escrito treinta y siete obras, deja Londres y se refugia en su campo natal,<br />

donde había invertido, en tierra y casa, cuanto había ganado.<br />

Se entrega a pleitos de linderos, jueces y notarías, mientras su legado<br />

se esparce por el mundo: todos somos Hamlet, el rey Lear, el celoso<br />

Otelo y tanto Ariel como Calibán en La Tempestad. Somos cuerpos, a<br />

veces deformes, al igual que espíritus aéreos. La música nos hace compañía,<br />

pero el silencio también revela oscuras verdades. El silencio y la<br />

música de Shakespeare aún vigente, en comedia o tragedia.<br />

En 1980, Jorge Luis Borges publicó un cuento titulado La memoria<br />

de Shakespeare. El protagonista es el profesor emérito Hermann<br />

Soergel, quien ha dedicado su vida al estudio del gran escritor inglés y<br />

a quien un insólito cruce de circunstancias, dignas de un cuento oriental<br />

de Kipling, le ha deparado un privilegio: la memoria de Shakespeare;<br />

memoria que, poco a poco, irá suplantando la suya. Pero a medida que<br />

su pasado se borra ante la paulatina invasión de las circunstancias de<br />

Shakespeare –salpicadas de algunas pinceladas autobiográficas del<br />

propio Borges– siente que puede estar perdiendo la razón. Decide entonces<br />

ofrecer ese don a cualquiera que lo acepte, y así procede.<br />

Pero la memoria de Shakespeare, de alguna forma, ya ha conquistado<br />

el mundo. Ya lo hizo con Víctor Hugo, en su libro sobre Shakespeare,<br />

con Charles Baudelaire al recomendar ese libro (el de Víctor Hugo sobre<br />

Shalespeare), en el tercer centenario de su nacimiento, un 23 de<br />

abril, en carta al director de Le Figaro: «un poeta cuya grandeza hace<br />

cosmopolita».<br />

Así podríamos seguir, podría de las películas de Kurosawa sobre textos<br />

de Shakespeare en el Japón feudal, o con ese tremolar dramático<br />

de los gallardetes en las cargas de caballería, o la sugerente Shakespeare

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