Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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128 Lu i s <strong>Chiozza</strong><br />
poco a poco, va creciendo en la casa. Argumenta que, bajo la nueva<br />
administración, las cosas funcionan, aunque a veces, olvidadizo,<br />
deja pasar una comida o dos. Helen no querría que estuviera deprimido<br />
y lloriqueando así que, dirigiéndose al supermercado con la<br />
casa rodante y “recordando cositas de su vida de soltero”, reacciona<br />
y compra lo suficiente para atiborrar su despensa. Seguramente<br />
venderá más adelante su casa y se mudará a un departamento, pero<br />
por ahora se las arregla bien.<br />
En su dormitorio –que ahora se parece a una tienda de gitanos–,<br />
Warren continúa su conversación con Ndugu: “Se me ocurrió que<br />
en mi última carta usé un lenguaje negativo al referirme a mi difunta<br />
esposa. Tienes que entender que estaba bajo mucha presión como<br />
consecuencia de mi jubilación”. Deprimido, se mira en el espejo<br />
del tocador de su mujer, huele sus perfumes y se pone en la cara un<br />
poco de la crema que ella usaba. “No te voy a mentir, Ndugu, he<br />
pasado unas semanas difíciles. Echo de menos a mi Helen”, prosigue<br />
mientras se cubre los ojos entre angustiado y lloroso, y se dirige al<br />
vestidor de su esposa donde acaricia suavemente sus vestidos.<br />
“No sabía lo afortunado que era al tener una esposa como Helen…hasta<br />
que la perdí. Recuerda eso jovencito. Tienes que apreciar<br />
lo que tienes mientras aún lo tienes”. Abre, entonces, en el vestidor,<br />
una caja de zapatos y encuentra en ella un paquete de cartas atado<br />
con una cinta y un moño. Con el ceño fruncido, desata el moño y<br />
comienza a mirarlas.<br />
El estupor primero, y la ira después, se apoderan del rostro de<br />
Warren cuando lee “A mi adorada Helen” en una de las cartas que<br />
llevan la firma de su amigo Ray. Lleno de furia vacía el vestidor de<br />
Helen, su tocador y los cajones de la cómoda. Carga esas cosas en la<br />
casa rodante, las lleva y las tira violentamente en el suelo, al lado del<br />
contenedor del Centro de reciclaje de ropa. Luego, espera a que Ray<br />
salga de la peluquería adonde ha ido, y le arroja todas las cartas en la<br />
cara. Ray dice: “Han pasado tantos años, fue hace 25 o treinta años.<br />
Nunca pensé… Las guardó, nunca pensé que las guardara”; en ese<br />
punto, Warren se arroja sobre él intentando pegarle de una manera