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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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¿Po r q u é n o s e q u i v o C a m o s? 41<br />

amor, sino del querer. El que quiere busca poseer, el que ama aspira<br />

a que lo amado se desarrolle en la plenitud de su forma. Se quiere<br />

una rosa hermosa en el florero de nuestro escritorio, se la ama<br />

cuando se goza viéndola desarrollarse como parte de una planta<br />

viva. Aunque no es imposible, es difícil amar lo que se quiere. En<br />

cuanto a celar lo que se ama, sólo alcanza su cabal sentido amoroso<br />

si reconocemos a la palabra “celo” (en singular) su significado de<br />

cuidado y protección. Volvíamos entonces, en Reflexiones sin consenso,<br />

sobre nuestra pregunta primitiva: ¿de dónde nace el dolor<br />

de los celos? Y pensábamos que surge cuando se destruye un tipo<br />

de ilusión que rodea a nuestra existencia como ego. Decíamos que<br />

nos sentimos bien en tanto nos sentimos “siendo” un “yo” dotado<br />

de una particular significancia, y que cualquier paréntesis en esa<br />

manera de existir, cualquier pérdida importante de la significancia,<br />

quedará entonces confundida con la aniquilación.<br />

Los celos, pensábamos, son ese paréntesis, un instante en el que<br />

creemos que para alguien que nos importa mucho hemos perdido la<br />

importancia que otorgaba significado a nuestro ego, hemos dejado<br />

de ser el protagonista principal del “libretto” que, en el vínculo con<br />

esa persona, construimos. Cuando, por ejemplo, sentimos que la<br />

persona amada nos entrega su amor y nos expresa con su orgasmo<br />

la magnitud de su placer, y sentimos que eso le ocurre con nosotros,<br />

adquirimos una confianza y una seguridad acerca de nuestra importancia<br />

en la vida de la persona amada, que es precisamente lo contrario<br />

de lo que sentimos en los celos. En los celos, “descubrimos” que<br />

no somos los únicos que podemos otorgarle ese placer precisamente<br />

a la persona amada y perdemos, de pronto, al mismo tiempo que el<br />

protagonismo en su vida, la significancia que “daba razón” de ser,<br />

que daba sentido, a nuestra existencia misma. Los celos, decíamos<br />

entonces, nos enfrentan con el sentimiento insoportable de que sin<br />

el aprecio de ese otro que ahora, con su desamor, nos humilla, ya<br />

no podremos más volver a creer que somos lo que creímos ser. Se<br />

trata de una humillación que nos devuelve al humus, el mitológico<br />

barro primordial del cual, como Adán, hemos salido.

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