Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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66 Lu i s <strong>Chiozza</strong><br />
Las cosas son, o no son, como queremos, y cuando no son como<br />
queremos, siempre son otras cosas o, si se prefiere, son de otra manera.<br />
Llamamos “real” (una palabra que deriva de res, “cosa”) a lo<br />
que las cosas efectivamente son; e “ideal” (una palabra que deriva<br />
del vocablo “idea”, y éste de eidon, que significa “yo vi”) a lo que<br />
hubiéramos querido que las cosas sean. Es éste un asunto que comienza<br />
“sencillo” con aquello que yo deseo o quiero, porque lo “vi”<br />
en el mundo y lo recuerdo o porque lo concebí con esa otra forma<br />
de ver que constituye mi intelecto. Es un asunto que nace, entonces,<br />
como un afecto, originado en una necesidad, al cual me refiero<br />
diciendo que algo “me hace falta”, y va creciendo en importancia<br />
configurando lo que denominamos un valor.<br />
Llamamos “ideal” al territorio, que sólo existe en el alma, habitado<br />
y conformado por valores; y “moral” al conjunto de mores<br />
o costumbres a partir de las cuales una sociedad establece las normas<br />
éticas que diferencian entre el bien y el mal. Se trata de un<br />
territorio inmenso porque allí no sólo se acumulan las normas que<br />
diferencian entre las malas y buenas maneras de comer en la mesa,<br />
o las que condenan delitos tan graves como el asesinato cruel, sino<br />
el conjunto enorme de los procedimientos que integramos como<br />
habilidades para, por ejemplo, nadar, o conducir bien o mal un<br />
automóvil. A medida que avanzamos, nos va quedando claro que<br />
los valores frente a los cuales se puede sentir o adquirir una culpa<br />
integran un interminable catálogo.<br />
El tema nos exige volver sobre una importante cuestión, a la<br />
cual ya nos hemos referido al iniciar este libro. Tener en cuenta el<br />
origen de ese mundo ideal nos permite comprender que no podrá<br />
jamás estar dotado de la completa perfección que la idea corriente<br />
de ideal parece convocar. Nuestros ideales se construyen a partir<br />
de la experiencia que nos otorgan nuestros fracasos, y los concebimos<br />
–por oposición a nuestros malestares– como una especie de<br />
contrafigura “invertida” de los sufrimientos que fuimos capaces de<br />
registrar y conocer. De manera que al diseño de nuestros ideales les<br />
faltará siempre, en virtud de su origen, todo lo que sería necesario