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Edición Digital - Fundación Luis Chiozza

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146 Lu i s <strong>Chiozza</strong><br />

personas pueblan un mundo mío del cual soy el centro. Ellas deberán<br />

acomodarse a mis necesidades sin más trámites, y me dispongo<br />

a verlas como prefiero que sean, resistiéndome a verlas como realmente<br />

son. Es el modo que predomina en la rivalidad que es propia<br />

de la genitalidad primaria, dentro de la cual todo aquel que no<br />

secunda mis propósitos es un competidor que se hace digno de mi<br />

enemistad. En el segundo modo –genuino–, yo soy con las cosas<br />

y personas y ellas son conmigo. Prefiero verlas lo más cerca que<br />

puedo de alcanzar el logro que me permite descubrir cada día algo<br />

nuevo acerca de lo que las cosas y las personas son. Es el modo que<br />

predomina en la genitalidad secundaria, donde la prioridad está en<br />

un logro que trasciende la competición y convoca la colaboración.<br />

No cabe duda de que Warren –confundiendo la actitud egoica<br />

saludable que lleva implícito el respeto por lo que uno es, con la<br />

actitud egoísta que es propia del interés espurio– vivió “atrapado”<br />

entre cosas y personas que no conocía. Al desconocerlas –como<br />

desconocía a Helen, a Jeannie y a su amigo Ray– se desconocía a sí<br />

mismo y a su propio cuerpo “viejo”, construyendo, con la convicción<br />

errónea que rige su vida, los fundamentos de su melancolía.<br />

Cuando Warren entra, de regreso en su casa, lo espera la carta de<br />

la hermana Nadine que asegura que Ndugu –un niño de seis años,<br />

huérfano, muy inteligente y muy cariñoso, que vive en Tanzania,<br />

que disfruta si come melón– piensa en Warren todos los días y<br />

desea que sea feliz. Y Warren llora. Todos podemos conmovernos<br />

frente a un niño huérfano de seis años de edad que sufre grandes<br />

privaciones, pero no descuidemos el hecho de que Warren, vicepresidente<br />

de una importante compañía de seguros y actuario, no es un<br />

hombre ingenuo al cual se le escapan las inconsistencias, las deformaciones<br />

o las falsedades en las cuales se incurre muchas veces para<br />

evitar un conflicto con algunas convenciones sociales. De hecho el<br />

lenguaje y los conceptos que utiliza para escribirle a Ndugu no pueden<br />

ser el resultado de su desubicación con respecto a la forma en<br />

que puede comunicarse “en serio” con un niño de seis años que vive<br />

en una pequeña aldea. Son, en cambio, la expresión de su absoluta

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