Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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¿Po r q u é n o s e q u i v o C a m o s? 73<br />
huella busca Shakespeare. La misma que, cada vez que nos encontramos<br />
con ella, abandona el ropaje rico que le otorga el lenguaje<br />
de la vida cotidiana, para vestirse con los harapos geométricos que<br />
le presta la ciencia. La otra, la culpa de niño, nos permite afirmar<br />
que también la vergüenza nace como la culpa, del maridaje entre el<br />
amor y el miedo. Recordemos lo que escribe Konrad Lorentz, un<br />
etólogo que ha recibido el premio Nobel por sus contribuciones<br />
científicas, en el trabajo que ya hemos citado:<br />
Deseo afirmar seria y enfáticamente que en nuestro primer enfoque<br />
tentativo de la comprensión de sistemas vivos complicados, el<br />
enfoque “visionario” del poeta (que consiste sencillamente en dejar<br />
que la percepción gestáltica sea el único soberano) nos lleva mucho<br />
más lejos que cualquier medición seudocientífica de parámetros<br />
elegidos arbitrariamente.<br />
Durante la investigación acerca del significado inconsciente de<br />
los trastornos que cursan con la anemia, sostuvimos que la vergüenza<br />
es un afecto que –caracterizado fundamentalmente por el rubor y el<br />
calor del rostro– proviene de la reestructuración de las inervaciones<br />
que corresponden a la descarga afectiva de la excitación, especialmente<br />
de la genital. Recordemos que la vergüenza se asocia al pudor,<br />
que el pudor se experimenta en relación con las partes del cuerpo que<br />
denominamos pudendas y que esas partes –que preferimos cubrir–<br />
son, en primerísimo lugar, los genitales. No cabe duda de que el niño<br />
desarrollará con el tiempo ese pudor que su vergüenza precede.<br />
Cuando escribimos acerca del valor afectivo, decíamos que la<br />
idea de que nacemos con un pecado original y que sólo mediante<br />
la misericordia divina o la bendición del bautismo podemos acceder<br />
al paraíso de un bienestar ideal, parece aludir a la ubicuidad<br />
de la culpa inconsciente. Sin embargo, agregábamos que, cuando<br />
observamos a un niño en su primer año de vida, no puede dejar de<br />
conmovernos la transparencia de su mirada “inocente”. Y que nos<br />
conmueve aún más comprobar que, durante la convivencia con<br />
sus allegados más íntimos –a veces poco a poco y otras, con mayor