Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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¿Po r q u é n o s e q u i v o C a m o s? 47<br />
La relatividad del yo<br />
La teoría psicoanalítica designa con la palabra “yo”, dos entidades<br />
distintas. Denominamos “yo” a una parte de la organización<br />
psíquica, a la agencia que se ocupa de poner en obra funciones<br />
como la percepción o la memoria. Pero, también usamos el término<br />
“yo” para designar a lo que en algunas ocasiones denominamos<br />
esquema corporal y en otras self, es decir, a la autorrepresentación<br />
del yo, a la imagen que el yo “agente” construye acerca de sí mismo.<br />
Sabemos que la agencia que denominamos “yo” no siempre<br />
funciona coherentemente unida; el yo se disocia muchas veces en el<br />
intento de complacer deseos, intereses o tendencias que suelen ser<br />
contradictorios, porque operan al servicio de los distintos “amos”<br />
constituidos por el superyó, los instintos y la realidad del mundo.<br />
Frente a la existencia de un yo más o menos coherente, “giran en<br />
órbita” –funcionando a distintas distancias y separados– algunos<br />
aspectos de nuestro yo, que sólo algunas veces asumimos. Es claro<br />
que esta circunstancia, que en una cierta medida es inevitable, añade<br />
dificultad al proceso de autorrepresentación del yo.<br />
Freud usa el término “yo” para referirse a la imagen de uno<br />
mismo, cuando escribe que el yo es, ante todo, corporal. Cuando<br />
añade, en seguida, que es un ser superficial –o, mejor aún, la proyección<br />
de una superficie– afirma que nuestra representación de<br />
nosotros mismos es, en primer lugar, un mapa de nuestro cuerpo,<br />
que se traza como todos los mapas y como el dibujo de todos los<br />
objetos, delineando un contorno. Se trata de un límite que marca<br />
la diferencia entre el espacio de un adentro, que representa a la cosa<br />
dibujada que consideramos “yo”, y el espacio de un afuera que consideramos<br />
mundo. Esa superficie limitante, que queda en su mayor<br />
parte confundida con nuestra piel (aunque hay pertenencias como,<br />
por ejemplo, nuestro olor, nuestras palabras, o nuestras emociones,<br />
que la exceden), se establece –como hemos visto cuando nos referíamos<br />
al yo de placer puro– mediante un proceso sujeto a distintos<br />
avatares. No cabe duda de que si el yo es “ante todo” corporal, es