Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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82 Lu i s <strong>Chiozza</strong><br />
de nuestros corazones. La esencia de la culpa consiste en sentir que<br />
el daño ya está hecho y no podremos calmar ese reclamo con el<br />
arrepentimiento que pide una paz que es incapaz de dar, ni con la<br />
dádiva mezquina de una reparación que pretende anular la culpa<br />
con la artificial oferta de una prótesis. La paz sólo se encuentra en<br />
el duelo, ya que el duelo –que es incapaz de disminuir la culpa que<br />
surge de los hechos– puede, en cambio, procesar y transformar los<br />
sentimientos que esa culpa irredimible produce. En el per-dón que<br />
damos o en el que nos damos sin buscar disculpas, nos encontramos<br />
otra vez con la responsabilidad que, como hemos visto, consiste en<br />
la actitud de responder, de dar respuesta propia a los entuertos, a<br />
las dificultades penosas que –sean propias o ajenas– forman parte<br />
de nuestra circunstancia y allí “nos corresponden”.<br />
La experiencia muestra que el ejercicio de una responsabilidad<br />
que no se refugia en la impotencia se acompaña –como inesperado<br />
regalo– de la cuota de alivio que surge del “tener algo que hacer”. No<br />
se trata, pues, de reparar el daño que hemos hecho; se trata, en cambio,<br />
de responder a cualquier daño –sea cual fuere su origen– con la<br />
actitud cariñosa que procura devolver a la vida su alegría. Pero, “hace<br />
falta” poder. Frente al “To be or not to be” de Shakespeare, no podemos<br />
dejar de comprender que la cuestión última no radica en el ser,<br />
sino que radica en el poder. Se trata de “poder o no poder”. A veces<br />
queremos lo permitido, o lo que se constituye como una inevitable<br />
obligación, o queremos hacer lo que debemos. Otras queremos lo<br />
prohibido, o sólo aquello a lo cual nada nos obliga, o queremos saldar<br />
un deber que no reconocemos como una deuda propia. Sin embargo,<br />
se trate de querer esto o aquello, hay que poder hacerlo. Siempre habrá<br />
cosas que podemos y otras frente a las cuales somos impotentes y<br />
sólo nos queda “duelar”. Aunque se dice (y algo de cierto tiene) que<br />
querer es poder, llegamos siempre a lo mismo: hay que poder querer.<br />
De qué depende entonces el poder sino de Eros, la fuerza de la vida.<br />
Pero la vida, para decirlo con las palabras que Bergman utiliza en su<br />
film Las tres caras de Eva: “No admite preguntas; tampoco nos da<br />
respuesta alguna; la vida florece, simplemente, o se niega”.