Edición Digital - Fundación Luis Chiozza
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¿Po r q u é n o s e q u i v o C a m o s? 37<br />
los cuales los contrincantes son equipos que, para desempeñarse<br />
eficazmente, deben impregnarse de un espíritu de grupo. Ese espíritu<br />
sólo se constituye, como capacidad de colaboración armoniosa,<br />
dentro de los parámetros que provienen de la genitalidad secundaria.<br />
Raimundo Pannikar, filósofo que conjuga la cultura hindú con<br />
la europea y que dedicó sus empeños al estudio de las religiones,<br />
me contó un episodio que ejemplifica de manera conmovedora las<br />
diferencias entre el placer del triunfo –típico de la rivalidad– y el<br />
com-placer que surge, como placer compartido, en la armonía de<br />
una operación conjunta. Un preceptor occidental que trabajaba en<br />
Sudáfrica en la educación de niños indígenas, pensando que podría<br />
acceder a un buen espacio comunicativo con ellos a través del deporte,<br />
les propuso como primer ejercicio correr hacia un árbol cercano,<br />
agregando que el que llegara primero recibiría, como premio,<br />
una bolsa con caramelos. Para su sorpresa los niños, antes de partir,<br />
se tomaron de las manos y corrieron juntos.<br />
Tal como decíamos en el capítulo anterior, entre las circunstancias<br />
que dificultan el que podamos tener conciencia de hasta qué<br />
punto los gigantes del alma condicionan nuestra conducta y, junto<br />
con ella, determinan una parte de nuestro destino, juega un papel<br />
principal el hecho de que el consenso sostenga y refuerce los pensamientos<br />
implícitos en tales afectos. No cabe duda de que la competitividad<br />
–que surge de la rivalidad que se establece durante la<br />
primacía fálica– goza de ese consenso, el cual, hace apenas un siglo,<br />
avalaba las actitudes románticas que hoy se nos antojan ingenuas.<br />
El tema merece un desarrollo que escapa a nuestras posibilidades<br />
actuales, pero el romanticismo que adora la pasión y el heroísmo;<br />
que otorga el grado más alto del sentido de la vida a una muerte<br />
ideal y sublime; que “eleva” la tuberculosis al rango de una enfermedad<br />
que transcurre entre distinguidos suspiros, propia de espíritus<br />
sensibles como el de Chopin o el de la Dama de las Camelias;<br />
que se resiste a considerar que un amor que no sea trágico puede<br />
ser un amor verdadero que merezca la pena vivirse; que sostiene<br />
al individualismo más extremo, un individualismo que en parte