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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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como sujeto está constituida por sus re<strong>la</strong>ciones de diferencia y semejanza con los otros sujetos que<br />

lo rodean. Al aceptar todo esto, el niño pasa del registro imaginario a lo que Lacan l<strong>la</strong>ma el "orden<br />

simbólico": <strong>la</strong> estructura preexistente de los papeles sociales y sexuales y de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones que<br />

constituyen a <strong>la</strong> familia y a <strong>la</strong> sociedad. En pa<strong>la</strong>bras de Freud, salvó con éxito el doloroso paso por<br />

el complejo de Edipo.<br />

Empero, hay cosas que no andan bien. Para Freud, como vimos anteriormente, de este<br />

proceso surge un sujeto dividido entre <strong>la</strong> vida consciente del ego y el inconsciente o deseo<br />

reprimido. Esta represión primaria del deseo es lo que nos hace ser lo que somos. El niño debe<br />

resignarse al hecho de no tener nunca acceso directo a <strong>la</strong> realidad, en particu<strong>la</strong>r al ahora prohibido<br />

cuerpo materno. Ha sido expulsado de <strong>la</strong> posesión "completa" imaginaria y tras<strong>la</strong>dado al mundo<br />

"vacío" del lenguaje. El lenguaje es "vacío" porque no es sino un proceso interminable de diferencia<br />

y ausencia, en vez de poseer algo en su totalidad, el niño ahora simplemente pasa de significante en<br />

significador, a lo <strong>la</strong>rgo de una cadena lingüística potencialmente infinita. Un significante implica<br />

otro significante, y otro, y otro, y así ad infinitum el mundo "metafórico" del espejo ha cedido el<br />

terreno al mundo metonímico del lenguaje. A lo <strong>la</strong>rgo de esta cadena metonímica de significadores<br />

se producirán sentidos o significados pero ningún objeto ni persona pueden estar jamás totalmente<br />

presentes en esta cadena, porque como ya vimos al hab<strong>la</strong>r de Derrida, su efecto consiste en dividir y<br />

diferenciar todas <strong>la</strong>s identidades.<br />

El movimiento potencialmente interminable de un significante a otro es lo que Lacan<br />

denomina deseo. Todo deseo nace de una carencia que continuamente se esfuerza por satisfacerse.<br />

El lenguaje humano funciona a base de esa carencia <strong>la</strong> ausencia de los objetos reales que designan<br />

los signos, el hecho de que <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras tienen significado sólo debido a <strong>la</strong> exclusión o a <strong>la</strong> ausencia<br />

de otros. Entonces, entrar en el lenguaje es convertirse en presa del deseo el lenguaje, observa<br />

Lacan, es ―lo que extrae ser del deseo‖. El lenguaje divide —articu<strong>la</strong>— <strong>la</strong> plenitud de lo imaginario:<br />

nunca podremos encontrar descanso en un solo objeto, el significado supremo que dé sentido a<br />

todos los demás. Entrar en el lenguaje es quedar apartado de lo que Lacan l<strong>la</strong>ma lo ―real‖, el reino<br />

inaccesible siempre más allá del alcance de <strong>la</strong> significación, siempre fuera del orden simbólico. En<br />

particu<strong>la</strong>r quedamos separados del cuerpo materno después de <strong>la</strong> crisis ―edípica‖: jamás podremos<br />

volver a alcanzar ese precioso objeto, aunque pasáramos el resto de <strong>la</strong> vida yendo en pos de él.<br />

Tenemos que arreg<strong>la</strong>rnos con objetos sustitutos con lo que Lacan l<strong>la</strong>ma ―objeto a minúscu<strong>la</strong>‖, con el<br />

que en vano tratamos de llenar el hueco ubicado precisamente en el centro de nuestro ser. Nos<br />

movemos entre sustitutos de sustitutos, metáforas, siempre incapaces de recuperar <strong>la</strong> pura (aunque<br />

ficticia) autoidentidad y autorrealización que conocimos en lo imaginario. No hay ni significado ni<br />

objeto trascendental que pueda encadenar este anhelo interminable. De existir esta realidad<br />

trascendental <strong>la</strong> constituiría el falo, el ―significante trascendental‖ como lo l<strong>la</strong>ma Lacan. De hecho<br />

no se trata de un objeto, de una realidad no se trata del órgano masculino sexual verdadero: se trata<br />

meramente de un vacío marcador de diferencias, de un signo de lo que nos separa de lo imaginario<br />

y nos coloca en nuestro lugar predestinado dentro del orden simbólico.<br />

Lacan, como vimos al hab<strong>la</strong>r de Freud, ve al inconsciente estructurado como un lenguaje.<br />

Esto no se debe sólo al hecho de que funcione a base de metáforas y metonimias, sucede también<br />

porque, como el lenguaje propiamente dicho para los postestructuralistas, está más bien compuesto<br />

de significantes que de signos (significados estables). Si usted sueña con un caballo de momento no<br />

resulta obvio lo que esto pueda significar: puede encerrar muchos significados contradictorios,<br />

puede ser un es<strong>la</strong>bón de una cadena de significadores que también encierran significados múltiples.<br />

Es decir, <strong>la</strong> imagen del caballo no es un signo en el sentido que Saussure asigna al término, no tiene<br />

un significado determinado bien atado en <strong>la</strong> co<strong>la</strong>, pero es un significante que puede ser atado a<br />

muchos significados diferentes y que puede mostrar huel<strong>la</strong>s de los otros significantes que lo<br />

rodean. (No me di cuenta, al escribir <strong>la</strong> frase anterior, del juego de pa<strong>la</strong>bras que existe entre<br />

―caballo‖ y ―co<strong>la</strong>‖ en contra de mi intención consciente hubo interacción entre los significantes). El<br />

inconsciente no es otra cosa que el movimiento continuo y <strong>la</strong> actividad de los significantes, cuyos<br />

significados a veces nos resultan inaccesibles porque están reprimidos. A esto se debe que Lacan<br />

hable del inconsciente como del ―deslizamiento de lo significado para colocarse debajo del<br />

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