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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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dentro de <strong>la</strong>s cuales el crítico reduce, simplifica y cierne el texto. Así, nuestro interés por un texto<br />

tiene que inscribirse en alguna de estas amplias tipologías de significado de <strong>la</strong>s que<br />

cuidadosamente se ha hecho desaparecer toda particu<strong>la</strong>ridad. El crítico debe procurar reconstruir lo<br />

que Hirsch denomina ―genero intrínseco‖ de un texto, con lo cual se refiere, aproximadamente, a<br />

prácticas convencionales y modos de ver que pudieron haber regido los ―significados‖ del autor<br />

cuando escribió. Casi no podríamos disponer de más: indudablemente sería imposible recuperar<br />

exactamente lo que Shakespeare quiso decir con ―cream-fac´d loon‖ y nos conformamos con lo que, en<br />

términos generales, pudo haber estado pensando. Se supone que todos los detalles de una obra,<br />

considerados en particu<strong>la</strong>r, se rigen por generalidades de ese tipo. Queda por verse si esto hace<br />

justicia a los detalles, a <strong>la</strong> complejidad y a <strong>la</strong> naturaleza conflictiva de <strong>la</strong> obra <strong>literaria</strong>. Para afianzar<br />

definitivamente el significado de una obra, rescatándolo de los estragos de <strong>la</strong> historia, <strong>la</strong> crítica debe<br />

vigi<strong>la</strong>r sus detalles potencialmente anárquicos y sujetarlos con los elementos que integran el<br />

compuesto denominado significado ―típico‖. Adopta frente al texto una actitud autoritaria y<br />

jurídica cuanto no tiene cabida dentro del recinto del ―significado autorial‖, el que probablemente le<br />

asignó el autor, es expulsado sin contemp<strong>la</strong>ciones, y cuanto permanece dentro de ese recinto queda<br />

estrictamente subordinado a esta única intención rectora. El significado inalterable de <strong>la</strong> Sagrada<br />

Escritura se ha conservado, lo que uno haga con ese significado, como se le emplee, se convierte en<br />

una mera cuestión secundaria re<strong>la</strong>cionada con <strong>la</strong> ―significación‖.<br />

El objeto de esta vigi<strong>la</strong>ncia es proteger <strong>la</strong> propiedad privada. Hirsch opina que pertenece al<br />

autor el significado que tuvo en mente, y que el lector no debe ni robarlo ni vio<strong>la</strong>rlo. No se debe<br />

socializar el significado de un texto, no se le debe convertir en propiedad de sus lectores, pertenece<br />

únicamente al autor, y este debería gozar de derechos exclusivos, aun mucho después de su muerte,<br />

sobre <strong>la</strong> forma en que se disponga de ese significado. Hirsch concede que su punto de vista es<br />

realmente muy arbitrario. No hay nada en <strong>la</strong> naturaleza del texto que obligue al lector a<br />

interpretarlo de conformidad con el significado que le asignó el autor (el autorial), pero si no<br />

respetamos el significado autorial nos quedamos sin ―norma‖ de interpretación y corremos el riesgo<br />

de abrir <strong>la</strong>s esclusas de <strong>la</strong> anarquía crítica. Como <strong>la</strong> mayor parte de los regímenes autoritarios, <strong>la</strong><br />

teoría hirschiana es totalmente incapaz de justificar racionalmente sus propios valores rectores. En<br />

principio no existen mejores razones para preferir el significado autorial a <strong>la</strong> interpretación que<br />

ofrezca el crítico del pelo más corto o de los pies más grandes. La defensa que Hirsch hace del<br />

significado autorial se parece a ciertas defensas de derechos sobre tierras que comienzan<br />

remontándose al origen legal de <strong>la</strong> herencia a través de los siglos y terminan reconociendo que, si se<br />

retrocede lo suficiente, se ve que los títulos de propiedad se ganaron porque alguien peleó por ellos.<br />

Aun cuando los críticos tuvieran acceso a <strong>la</strong> intención del autor; ¿podrían acaso establecer el<br />

texto literario dentro de un significado determinado? ¿Y si se les pidiera una explicación del<br />

significado de <strong>la</strong>s intenciones del autor; y si después se les pidiera una explicación de esto y de lo<br />

otro? En esta materia sólo es posible <strong>la</strong> seguridad cuando los ―significados autoriales‖ son como<br />

Hirsch los supone: hechos nítidos, firmes, ―idénticos a sí mismos‖, a los cuales puede recurrirse<br />

inobjetablemente como si se tratase de un anc<strong>la</strong>. Ahora bien, esta es una forma extremadamente<br />

insegura de considerar cualquier tipo de significado. Los significados no son ni tan estables ni tan<br />

determinados como cree Hirsch, ni siquiera los autoriales. La razón de ésta (aun cuando no <strong>la</strong><br />

reconozca Hirsch): los significados son producto del lenguaje, y éste siempre tiene algo de<br />

escurridizo. Resulta difícil saber que podría ser tener una intención ―nítida‖ o expresar un<br />

significado ―nítido‖. Hirsch puede sentir confianza en tales quimeras porque separa significado y<br />

lenguaje. La intención del autor es ya en sí misma un ―texto‖ complejo sobre el cual se puede<br />

discutir, que puede ser traducido e interpretado de diversas maneras (igual que cualquier otra<br />

intención).<br />

La distinción que Hirsch establece entre ―significado‖ y ―significación‖ es válida si se toma<br />

en un sentido obvio. No es de creerse que Shakespeare pensara que estaba escribiendo sobre <strong>la</strong><br />

guerra nuclear. Cuando Gertrudis dice que Hamlet es ―grueso" (fat) probablemente no quiere decir<br />

que le sobran kilos, como podría suponer un lector moderno. Es insostenible sin duda, el carácter<br />

absoluto de <strong>la</strong> distinción que establece Hirsch. No es posible distinguir en esa forma entre ―lo que el<br />

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