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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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nacemos ―prematuramente‖. Sin esos cuidados inmediatos e incesantes moriríamos muy pronto.<br />

Esta prolongada extraña dependencia de nuestros padres es, en primer lugar, una cuestión<br />

exclusivamente material alimentación, preservación contra posibles daños, en resumen, satisfacción<br />

de lo que podría l<strong>la</strong>marse nuestros ―instintos‖, o sea, necesidades biológicamente fijas que los seres<br />

humanos tienen en lo re<strong>la</strong>tivo a alimentación, temperatura apropiada, etc. (Estos instintos<br />

concernientes a <strong>la</strong> propia conservación, como veremos más ade<strong>la</strong>nte, son mucho más inmutables<br />

que los impulsos que muy a menudo modifican su naturaleza). El depender de nuestros padres<br />

para los mencionados servicios no se reduce a lo biológico. La criatura que mama leche del pecho<br />

materno descubre que esta actividad biológicamente esencial es, además, p<strong>la</strong>centera. Según Freud,<br />

este es el primer despuntar de <strong>la</strong> sexualidad. La boca del <strong>la</strong>ctante no es sólo el órgano de su<br />

supervivencia física, también es una ―zona erógena‖ que <strong>la</strong> criatura puede reactivar unos años<br />

después chupándose el pulgar y, años más tarde, besando. La re<strong>la</strong>ción con <strong>la</strong> madre toma una<br />

nueva dimensión libidinal nace <strong>la</strong> sexualidad como una especie de estímulo en un principio<br />

inseparable del instinto biológico del cual se separa, alcanzando cierta autonomía. La sexualidad,<br />

para Freud, es en sí misma una "perversión", un alejamiento del instinto natural de <strong>la</strong> propia<br />

preservación, hacia otra meta.<br />

A medida que crece el niño, se activan otras zonas erógenas. La etapa oral, como <strong>la</strong><br />

denomina Freud, representa <strong>la</strong> primera etapa de <strong>la</strong> vida sexual, y se asocia con el afán de<br />

incorporarse objetos. En <strong>la</strong> etapa anal, el ano se convierte en zona erógena y debido al p<strong>la</strong>cer que el<br />

niño experimenta al defecar surge un nuevo contraste entre actividad y pasividad, desconocido en<br />

<strong>la</strong> etapa oral. La etapa anal es sádica pues <strong>la</strong> criatura experimenta p<strong>la</strong>cer erótico con <strong>la</strong> expulsión y<br />

<strong>la</strong> destrucción, pero también se re<strong>la</strong>ciona con el deseo de retener, de ejercer un control posesivo, a<br />

medida que el niño aprende una nueva forma de dominio y manipu<strong>la</strong>ción de los deseos de los<br />

demás mediante <strong>la</strong> expulsión (―concesión‖) o <strong>la</strong> retención del excremento. La etapa siguiente, <strong>la</strong><br />

―fálica‖, comienza a centrar <strong>la</strong> libido (o impulso sexual) en los órganos genitales, pero se le<br />

denomina ―fálica‖ en vez de ―genital‖ porque, según Freud, al llegar a este punto sólo se reconoce<br />

el órgano masculino. La niña pequeña, afirma Freud, tiene que contentarse con el clítoris, el<br />

―equivalente‖ del pene, no con <strong>la</strong> vagina.<br />

Lo que sucede durante este proceso -aun cuando <strong>la</strong>s etapas se tras<strong>la</strong>pen y no constituyan<br />

una secuencia rigurosa— es <strong>la</strong> organización gradual de los impulsos de <strong>la</strong> libido, aun centrados en<br />

el cuerpo del niño. Los impulsos mismos son extremadamente dúctiles, por ningún concepto son<br />

fijos como el instinto biológico sus objetivos son contingentes y reemp<strong>la</strong>zables, y un impulso sexual<br />

puede substituirse con otro. Lo que podemos imaginar que son los primeros años de <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong><br />

criatura, por consiguiente, no constituye <strong>la</strong> imagen de un sujeto unificado que se enfrenta a un<br />

objeto y lo desea, sino de un campo complejo y cambiante de fuerzas en donde el sujeto (el bebé) se<br />

encuentra atrapado y disperso, en donde aun carece de centro de identidad y en donde <strong>la</strong>s fronteras<br />

entre el yo y el mundo exterior no están determinadas. Dentro de este campo de <strong>la</strong> fuerza libidinal<br />

los objetos y los objetos parciales aparecen y desaparecen y cambian de lugar como en un<br />

caleidoscopio entre esos objetos sobresale el cuerpo del niño, a medida que tiene lugar en él <strong>la</strong><br />

interacción de los impulsos. Esto también puede l<strong>la</strong>marse ―autoerotismo‖, concepto que para Freud<br />

a veces incluye toda <strong>la</strong> sexualidad infantil: el niño se deleita eróticamente con su cuerpo, pero aun<br />

no puede verlo como un objeto completo. Por consiguiente, el autoerotismo debe distinguirse de lo<br />

que Freud l<strong>la</strong>ma "narcisismo", un estado en el cual el propio cuerpo o ego visto en conjunto se toma<br />

como objeto de deseo ("catéxico").<br />

No hace falta decir que en este estado el niño no es ni siquiera un probable ciudadano capaz<br />

de realizar una jornada de trabajo duro. Es anárquico, sádico, agresivo, centrado en sí mismo e<br />

impenitente buscador de p<strong>la</strong>cer, bajo el influjo de lo que Freud l<strong>la</strong>ma el principio del p<strong>la</strong>cer, que no<br />

se re<strong>la</strong>ciona con <strong>la</strong>s diferencias de sexo. El niño no es lo que podría l<strong>la</strong>marse un ―sujeto sexuado‖:<br />

nace con impulsos sexuales, pero esta energía libidinal no reconoce diferencia alguna entre<br />

masculino y femenino. Si el niño ha de alcanzar cierto grado de triunfo en <strong>la</strong> vida, obviamente tiene<br />

que ser contro<strong>la</strong>do. El mecanismo por el cual esto sucede es a lo que el propio Freud aplica el<br />

famoso término de complejo de Edipo.<br />

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