Una introducción a la teorÃa literaria - Exordio
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algo que yo pueda aprehender como objeto terminado, es una búsqueda de nuevas posibilidades,<br />
es siempre problemática. Esto equivale a decir que el ser humano está constituido por <strong>la</strong> historia,<br />
por el tiempo. El tiempo no es un medio en el cual nos movemos como una botel<strong>la</strong> que flota en <strong>la</strong>s<br />
aguas de un río. El tiempo es precisamente <strong>la</strong> estructura de <strong>la</strong> vida humana, algo de lo cual estoy<br />
hecho antes de que sea algo que yo pueda medir. Por consiguiente, el comprender, antes de<br />
referirse al hecho de comprender algo en particu<strong>la</strong>r, es una dimensión del Dasein, <strong>la</strong> dinámica<br />
interna de mi constante autotrascendencia. El comprender es radicalmente histórico, está siempre<br />
ligado a <strong>la</strong> situación concreta en que me hallo y que estoy procurando superar.<br />
Si <strong>la</strong> existencia humana está constituida por el tiempo también lo está por el lenguaje. Para<br />
Heidegger el lenguaje no es un mero instrumento de comunicación, un recurso secundario para<br />
expresar ―ideas‖: es, precisamente, <strong>la</strong> dimensión en que se mueve <strong>la</strong> vida humana y que, por<br />
principio de cuentas, hace que el mundo llegue a <strong>la</strong> existencia. Sólo donde hay lenguaje hay<br />
"mundo", en un sentido distintivamente humano. Heidegger no piensa en el lenguaje en función de<br />
lo que usted o yo podamos decir el lenguaje: tiene una existencia propia de <strong>la</strong> cual los seres<br />
humanos llegan a participar, y, exclusivamente debido a esta participación, llegan a ser seres<br />
humanos. El lenguaje siempre pre-existe con re<strong>la</strong>ción en el sujeto individual, como territorio en el<br />
cual se desenvuelve; tiene un contenido de ―verdad‖ no tanto como instrumento para intercambiar<br />
información precisa sino como el lugar donde <strong>la</strong> realidad se ―des-cubre" a sí misma y se abre a<br />
nuestra contemp<strong>la</strong>ción. En esta acepción del lenguaje como entidad cuasi objetiva, anterior a todos<br />
los individuos particu<strong>la</strong>res, el pensamiento de Heidegger lleva un curso paralelo al de <strong>la</strong>s teorías<br />
del estructuralismo.<br />
Así, en el pensamiento de Heidegger lo central no es el sujeto individual sino el ser. El error<br />
de <strong>la</strong> tradición metafísica occidental ha sido considerar al ser como una especie de entidad objetiva<br />
y separarlo totalmente del sujeto. Heidegger prefiere regresar al pensamiento presocrático, anterior<br />
al dualismo entre sujeto y objeto, y considerar que el ser en alguna forma abarca a ambos. El<br />
resultado de esta sugerente intuición, sobre todo en obras posteriores, es una asombrosa reverencia<br />
ante el misterio del ser. La racionalidad del Siglo de <strong>la</strong>s Luces —con su actitud imp<strong>la</strong>cablemente<br />
dominante e instrumental hacia <strong>la</strong> naturaleza— debe ceder su lugar a un humilde acto de escuchar<br />
el lenguaje de los astros, cielos y bosques, a una forma de escuchar que en pa<strong>la</strong>bras de un<br />
comentarista inglés, presenta todas <strong>la</strong>s características de un ―campesino azorado‖. El hombre debe<br />
―abrir paso‖ al ser y para ello debe entregársele, debe volverse hacia <strong>la</strong> tierra, madre inagotable y<br />
fuente primaria de todo conocimiento. Heidegger, el ―filósofo de <strong>la</strong> Selva Negra‖, es otro exponente<br />
romántico de <strong>la</strong> ―sociedad orgánica‖, si bien, en su caso, los resultados fueron más siniestros que en<br />
el de Leavis. La exaltación del campesino, el menosprecio de <strong>la</strong> razón a <strong>la</strong> que sup<strong>la</strong>nta <strong>la</strong><br />
―precomprensión‖ espontánea, <strong>la</strong> exaltación de <strong>la</strong> sabia pasividad, todo ello combinado con <strong>la</strong> firme<br />
creencia de Heidegger en una ―autentica‖ existencia hacia <strong>la</strong> muerte superior a <strong>la</strong> vida de <strong>la</strong>s masas<br />
carentes de rostro, lo condujo en 1933 a apoyar explícitamente a Hitler. Este apoyo duró poco, pero<br />
aun así quedó implícito en ciertos elementos de su filosofía.<br />
Lo valioso de esa filosofía, junto con otras cosas, es su insistencia en que el conocimiento<br />
teórico siempre emerge de un contexto de intereses sociales prácticos. El modelo heideggeriano de<br />
un objeto cognoscible es un instrumento (lo cual resulta muy significativo): conocemos el mundo no<br />
contemp<strong>la</strong>tivamente sino como un sistema de cosas corre<strong>la</strong>tivas que deben manejarse como si se<br />
tratase de un martillo, de elementos de un proyecto práctico. El saber se re<strong>la</strong>ciona íntimamente con<br />
el hacer. Ahora bien, el misticismo contemp<strong>la</strong>tivo es <strong>la</strong> otra cara de ese espíritu práctico de estilo<br />
campesino. Cuando el martillo se rompe, cuando dejamos de darlo por descontado, pierde su<br />
aspecto familiar y nos entrega su ser auténtico. Un martillo roto es más martillo que uno que no se<br />
ha roto. Heidegger comparte con los formalistas <strong>la</strong> idea de que el arte es una desfamiliarización de<br />
ese tipo. Cuando Van Gogh nos muestra un par de zuecos los enajena al permitir que brille su<br />
profundamente auténtica ―zuequidad‖. Para el Heidegger de épocas posteriores, tal verdad<br />
fenomenológica sólo puede manifestarse en el arte, y para Leavis <strong>la</strong> literatura ocupa el lugar de un<br />
modo de ser que, supuestamente, perdió <strong>la</strong> sociedad moderna. El arte (lo mismo ocurre con el<br />
lenguaje) no ha de considerarse como expresión de un sujeto individual. El sujeto es únicamente el<br />
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