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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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capacitarlos para ese cuestionamiento. El pensamiento independiente, <strong>la</strong> disensión crítica y <strong>la</strong><br />

dialéctica razonada son parte de <strong>la</strong> esencia de una educación humana. Casi nadie exigiría que el<br />

ensayo que usted escriba sobre Chaucer o Baude<strong>la</strong>ire llegue inexorablemente a ciertas conclusiones<br />

fijadas de antemano. Lo único que se le pide es que manipule un lenguaje específico de una manera<br />

aceptable. El tener un título donde el Estado certifica que usted terminó satisfactoriamente los<br />

estudios correspondientes a <strong>la</strong> carrera de letras equivale a decir que usted está capacitado para<br />

hab<strong>la</strong>r y escribir de determinada manera. Esto es lo que se enseña, examina y certifica, no lo que<br />

usted piense o crea, ya que lo ―pensable‖, por supuesto, quedará restringido por el lenguaje. Usted<br />

puede pensar o creer lo que quiera, siempre y cuando pueda hab<strong>la</strong>r en ese lenguaje específico. A<br />

nadie le importa particu<strong>la</strong>rmente lo que usted diga, ni <strong>la</strong> posición moderada, radical o<br />

conservadora que adopte, siempre y cuando esa posición sea compatible con una forma específica<br />

de discurso y pueda articu<strong>la</strong>rse dentro de esa forma. Pero ocurre que ciertos significados y<br />

posiciones no pueden articu<strong>la</strong>rse dentro de ese marco. Es decir: los estudios literarios se refieren al<br />

significante, no al significado. Quienes fueron contratados para enseñarle esta forma de discurso<br />

recordarán si usted supo o no supo expresarlo competentemente, aun mucho después de haber<br />

olvidado lo que usted dijo.<br />

Los teóricos literarios, junto con los críticos y los profesores, más que impartidores de una<br />

doctrina son guardianes del discurso. Su <strong>la</strong>bor consiste en preservar ese discurso, ampliarlo y<br />

explicarlo cuando sea necesario, defenderlo contra otras formas de discurso, iniciar a los novatos y<br />

decidir si han logrado o no dominarlo. El discurso en sí mismo carece de significado definido, lo<br />

cual no quiere decir que no encierre ciertas presuposiciones; es como una red de significantes capaz<br />

de encerrar todo un campo de significados, de objetos y de prácticas. Ciertos textos o escritos se<br />

seleccionan por ser más adaptables que otros a este discurso, y constituyen lo que se conoce como<br />

literatura o ―canon literario‖. El que por lo general se considere que este canon es bastante fijo —e<br />

incluso, a veces, eterno e inmutable— es en cierta forma irónico, ya que como el discurso literario<br />

crítico no tiene significado definido puede, si así lo desea, fijar su atención casi en cualquier tipo de<br />

escritos. Algunos de los más acalorados defensores del canon de vez en cuando han demostrado<br />

como puede operar el discurso en escritos ―no literarios‖. Esto, sin duda, es motivo de desconcierto<br />

para <strong>la</strong> crítica <strong>literaria</strong> que circunscribe para su propio uso un objeto especial -<strong>la</strong> literatura- pero<br />

existe como un conjunto de técnicas discursivas que no tienen ninguna necesidad de limitarse tan<br />

sólo a ese objeto. Si en una fiesta no tiene usted nada mejor que hacer, siempre puede intentar hacer<br />

un análisis crítico literario de <strong>la</strong> reunión, hab<strong>la</strong>r de sus estilos y géneros, hacer distinciones entre sus<br />

matices más significativos o concretar sus sistemas de signos. Un ―texto‖ así puede resultar tan rico<br />

como alguna de <strong>la</strong>s obras canónicas, y sus disecciones tan ingeniosas como <strong>la</strong>s de Shakespeare. Por<br />

eso, una de dos: o <strong>la</strong> crítica <strong>literaria</strong> confiesa que puede manejar una fiesta con <strong>la</strong> misma facilidad<br />

con que se ocupa de Shakespeare (en este caso correría el peligro de perder identidad y objeto), o<br />

reconoce que <strong>la</strong>s fiestas se pueden analizar en forma interesante a condición de que se les cambie el<br />

nombre, algo así como etnometodología o fenomenología hermenéutica. Se interesa precisamente<br />

en <strong>la</strong> literatura porque es más valiosa y provechosa que cualquier otro de los textos a los que puede<br />

dedicarse el discurso crítico. El inconveniente de esta afirmación radica en su evidente falsedad:<br />

muchas pelícu<strong>la</strong>s y obras de filosofía tienen mucho más valor que gran parte de lo que se incluye<br />

dentro del canon literario. Y no es que sean valiosas desde otro punto de vista: pueden contener<br />

objetos de valor precisamente en el sentido en que <strong>la</strong> crítica define el término. Quedaron excluidas<br />

de lo que se estudia no por su ―inadaptabilidad‖ al discurso sino por <strong>la</strong> autoridad arbitraria de <strong>la</strong><br />

institución <strong>literaria</strong>.<br />

Otra razón por <strong>la</strong> cual <strong>la</strong> crítica <strong>literaria</strong> no puede justificar su autolimitación a ciertas obras<br />

ape<strong>la</strong>ndo a su ―valor‖ es que <strong>la</strong> crítica forma parte de una institución <strong>literaria</strong> que, en primer lugar,<br />

concede a esas obras <strong>la</strong> categoría de valiosas. Las fiestas no son lo único que necesita ser convertido<br />

en objeto literario de valor sometiéndolo a un tratamiento específico: lo mismo ocurrió con<br />

Shakespeare. Shakespeare no era literatura por todo lo alto convenientemente al alcance de <strong>la</strong> mano<br />

y felizmente descubierta por <strong>la</strong> institución <strong>literaria</strong>; es literatura por todo lo alto porque <strong>la</strong><br />

institución le asignó esa dignidad. Esto no significa que Shakespeare no sea de veras gran literatura<br />

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