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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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como cualquier otra, y el artista romántico en algo apenas superior a un productor de mercancías en<br />

pequeña esca<strong>la</strong>. A pesar de proc<strong>la</strong>marse retóricamente ―representante‖ de <strong>la</strong> humanidad, de<br />

pretender hab<strong>la</strong>r con <strong>la</strong> voz del pueblo proc<strong>la</strong>mando verdades imperecederas, el artista vivía cada<br />

vez más al margen de una sociedad nada inclinada a pagar elevados honorarios a los profetas. Así,<br />

el idealismo finamente apasionado de los románticos, fue también idealista en <strong>la</strong> acepción filosófica<br />

del término. Privado de sitio propio dentro de los movimientos sociales que realmente habrían<br />

podido transformar el capitalismo industrial en una sociedad justa, el escritor se vio más y más<br />

empujado al ais<strong>la</strong>miento de su mente creadora. La visión de una sociedad justa frecuentemente se<br />

convertía en una impotente nostalgia por <strong>la</strong> vieja Ing<strong>la</strong>terra orgánica ya desaparecida. Hubo que<br />

esperar a <strong>la</strong> época de William Morris, que a fines del siglo XIX en<strong>la</strong>zó este humanismo romántico al<br />

movimiento que defendía <strong>la</strong> causa de los trabajadores, para que disminuyera significativamente <strong>la</strong><br />

distancia que separaba a <strong>la</strong> visión poética del ejercicio político. 2<br />

No fue accidental que el período que estamos considerando haya visto el ascenso de <strong>la</strong><br />

moderna estética o filosofía del arte. Principalmente de esa época —a través de <strong>la</strong>s obras de Kant,<br />

Hegel, Schiller y Coleridge, entre otros— heredamos <strong>la</strong>s ideas contemporáneas de ―símbolo‖ y<br />

―experiencia estética‖, de armonía estética y naturaleza única en su género de un artefacto.<br />

Anteriormente hombres y mujeres habían escrito poemas, presentado obras teatrales o pintado<br />

cuadros con diversos fines, mientras que otros leían, presenciaban o contemp<strong>la</strong>ban esas obras de<br />

muy diferentes maneras. Después, esas actividades concretas históricamente variables se volvieron<br />

susceptibles de incluirse dentro de cierta facultad especial y misteriosa denominada "estética , y<br />

surgió una nueva casta, <strong>la</strong> de los estetas, que se esforzaron por poner al descubierto sus más<br />

recónditas estructuras. Estas cuestiones ya se habían p<strong>la</strong>nteado antes, pero comenzaron a adquirir<br />

un nuevo significado. El suponer <strong>la</strong> existencia de un objeto inalterable conocido con el nombre de<br />

―arte‖, o de una experiencia ais<strong>la</strong>ble denominada ―belleza‖ o "estética‖, provenía en gran parte<br />

precisamente de que el arte, como ya dijimos, se había ais<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> vida social. Si <strong>la</strong> literatura había<br />

dejado de tener cualquier función manifiesta, si el escritor ya no era una figura tradicionalmente a<br />

sueldo de <strong>la</strong> corte, de <strong>la</strong> Iglesia o de algún mecenas aristócrata, resultaba posible aprovechar esos<br />

hechos en beneficio de <strong>la</strong> literatura. Lo esencial de <strong>la</strong> ―literatura creadora‖ radicaba en su ―gloriosa<br />

inutilidad‖, en <strong>la</strong> que el<strong>la</strong> misma era su propia finalidad muy por encima de cualquier meta sórdida<br />

de carácter social. El escritor encontró en lo poético 3 el sustituto del mecenas perdido. A decir<br />

verdad, no es muy probable que <strong>la</strong> Ilíada haya sido considerada como arte por los antiguos griegos<br />

en el mismo sentido en que una catedral era un artefacto en <strong>la</strong> Edad Media o una obra de Andy<br />

Warhol lo es para nosotros. Ahora bien, el efecto de <strong>la</strong> estética debía consistir en <strong>la</strong> supresión de<br />

esas diferencias de carácter histórico. El arte quedó libre del ejercicio material, de los nexos sociales<br />

y de los significados ideológicos en que siempre había estado prendido, y fue elevado al rango de<br />

fetiche solitario.<br />

A fines del siglo XVIII, <strong>la</strong> doctrina semimística del símbolo se encontraba en el meollo de <strong>la</strong><br />

teoría estética. 4 Sin duda alguna, para el romanticismo el símbolo se convirtió en panacea para<br />

todos los problemas. Dentro de esta teoría, un gran conjunto de conflictos que en <strong>la</strong> vida ordinaria<br />

se consideraban insolubles —entre sujeto y objeto, lo universal y lo particu<strong>la</strong>r, lo sensible y lo<br />

conceptual, lo material y lo espiritual, el orden y <strong>la</strong> espontaneidad- podían resolverse mágicamente.<br />

Era natural que en esa época interesaran profundamente esos conflictos. Los objetos dentro de una<br />

sociedad que no veía en ellos sino mercadería, aparecían inertes, sin vida, divorciados de los sujetos<br />

humanos que los producían y usaban. Dijérase que lo concreto y lo universal se habían disgregado.<br />

La filosofía áridamente racionalista, no tomaba en cuenta para nada <strong>la</strong>s cualidades sensibles de los<br />

objetos particu<strong>la</strong>res, y el empirismo miope (filosofía ―oficial‖ de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media inglesa, tanto<br />

entonces como ahora) era incapaz de ver más allá de los fragmentos que constituyen el mundo e<br />

integrarlos en un cuadro total. Se fomentaban <strong>la</strong>s energías dinámicas y espontáneas del progreso<br />

2 Consúltese Raymond Williams. Culture and Society 1780-1950 (Londres, 1958), especialmente el capítulo II, “The Romantic Artist”.<br />

3 Cf. Jane P. Tompkins, “The Reader in History: The Changing Shape of Literary Response”, en Jane p. Tompkins (comp.),<br />

Reader-Response Criticism (Baltimore y Londres, 1980).<br />

4 Véase Frank Kermode, The Romantic Image (Londres, 1957).<br />

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