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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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significante‖, como un constante apagamiento y evaporación del significado, como un texto<br />

―modernista‖ extravagante casi ilegible y que, sin duda, jamás permitirá que se interpreten sus más<br />

recónditos secretos.<br />

Si este constante deslizamiento y ocultamiento del significado fuera verdad en <strong>la</strong> vida<br />

consciente, jamás podríamos hab<strong>la</strong>r coherentemente. Si tuviera presente ante mí <strong>la</strong> totalidad del<br />

lenguaje cuando hablo, no podría articu<strong>la</strong>r ni una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. El ego o lo consciente, por lo tanto,<br />

sólo puede funcionar cuando se reprime esta actividad turbulenta, fijando provisionalmente <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras a los significados. De vez en cuando se introduce en mi discurso una pa<strong>la</strong>bra que yo no<br />

deseo: esto es <strong>la</strong> famosa parapraxia freudiana, el decir sin querer. Para Lacan todo nuestro discurso<br />

constituye en cierto sentido un decir sin querer: si el proceso del lenguaje es tan resba<strong>la</strong>dizo y<br />

ambiguo como sugiere Lacan, nunca queremos decir precisamente lo que estamos diciendo y nunca<br />

decimos precisamente lo que queremos decir. En cierto sentido, el significado es siempre una<br />

aproximación, está a punto de no dar en el b<strong>la</strong>nco, es un semifracaso, una mezc<strong>la</strong> de falta de sentido<br />

y de falta de comunicación con el sentido y el diálogo. Ciertamente, jamás podemos expresar <strong>la</strong><br />

verdad en forma ―pura‖ y sin mediadores. El estilo de Lacan, marcadamente sibilino, es en sí<br />

mismo un lenguaje del inconsciente que busca sugerir que cualquier intento por transmitir un<br />

significado puro y sin mezc<strong>la</strong>s oralmente o por escrito es una ilusión prefreudiana. En <strong>la</strong> vida<br />

consciente tenemos alguna idea de nosotros como los razonablemente unificados y coherentes, lo<br />

cual sería imposible sin dicha acción. Ahora bien, todo esto se encuentra en el nivel imaginario del<br />

ego, que no pasa de ser el ligero indicio del sujeto humano investigado por el psicoanálisis. El ego es<br />

función o efecto de un sujeto siempre disperso, nunca idéntico a sí mismo, es<strong>la</strong>bonado en <strong>la</strong>s<br />

cadenas de los discursos que lo constituyen. Existe un rompimiento radical entre estos dos niveles<br />

del ser, un vacío impresionantemente ejemplificado en el hecho de referirme a mí mismo en una<br />

frase. Cuando digo: ―Mañana yo cortaré el pasto‖, el ―yo‖ que pronuncio resulta inmediatamente<br />

inteligible, es un punto de referencia bastante estable que desmiente <strong>la</strong>s oscuras profundidades del<br />

―yo‖ que pronuncia <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. El primer ―yo‖ se conoce en teoría lingüística como ―sujeto de <strong>la</strong><br />

enunciación‖, el tópico designado por mi frase. El segundo ―yo‖, el que pronuncia <strong>la</strong> frase, es el<br />

―sujeto de <strong>la</strong> enunciación‖, el sujeto del acto de hab<strong>la</strong>r propiamente dicho. En el proceso de hab<strong>la</strong>r y<br />

escribir, estos dos ―yos‖ parecen lograr una especie de unidad un tanto basta: es una unidad de tipo<br />

imaginario. El ―sujeto del acto de enunciar", <strong>la</strong> persona humana que de hecho hab<strong>la</strong> o escribe nunca<br />

puede representarse completamente a sí misma en lo que dice: no hay ningún signo que, por así<br />

decirlo, resuma mi ser entero. Yo sólo puedo designarme a mí mismo en el lenguaje recurriendo a<br />

un útil pronombre. El pronombre ―yo‖ ocupa el lugar del siempre evasivo sujeto que<br />

invariablemente se desliza por <strong>la</strong> red de cualquier fragmento del lenguaje, o sea que nunca puedo,<br />

simultáneamente, ―querer decir‖ y ―ser‖. Lacan audazmente retoca el ―pienso, luego existo‖, de<br />

Descartes, en esta forma: ―No estoy donde pienso, y pienso donde no estoy‖.<br />

Existe una interesante analogía entre lo que acabamos de describir y los ―actos de<br />

enunciación‖ conocidos con el nombre de literatura. En algunas obras <strong>literaria</strong>s, particu<strong>la</strong>rmente en<br />

<strong>la</strong> nove<strong>la</strong> realista, nuestra atención de lectores es atraída no por el ―acto de enunciar‖, al cómo se<br />

dice algo, a <strong>la</strong> posición y a <strong>la</strong> finalidad, sino simplemente por lo que se dice, por <strong>la</strong> enunciación<br />

propiamente dicha. Es probable que cualquier enunciación ―anónima‖ de ese tipo posea mayor<br />

autoridad para lograr fácilmente nuestro asentimiento que una que atraiga <strong>la</strong> atención sobre cómo<br />

de hecho está estructurada <strong>la</strong> enunciación. El lenguaje de un documento legal o de un libro<br />

científico puede impresionarnos e incluso intimidarnos porque, por principio de cuentas, no vemos<br />

como llegó allí el lenguaje. El texto no permite al lector ver cómo se escogieron los hechos que<br />

encierra, qué es lo que se omitió, por qué se organizaron los hechos de tal o cual manera, que supuestos<br />

rigieron el proceso, qué sistemas de trabajo intervinieron en <strong>la</strong> e<strong>la</strong>boración del texto, y<br />

cómo todo ello pudo haber sido diferente. Parte de <strong>la</strong> fuerza de textos así radica en su supresión de<br />

lo que podría l<strong>la</strong>marse modalidades de producción, de cómo llegaron a ser lo que son. En este<br />

sentido presenta una curiosa semejanza con <strong>la</strong> vida el ego humano, el cual se beneficia reprimiendo<br />

el proceso de su e<strong>la</strong>boración. Muchas obras <strong>literaria</strong>s modernistas, en contraste con lo que acabamos<br />

de decir, convierten el "acto de enunciar", el proceso de su propia producción, en parte de su<br />

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