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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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"primera línea" y los destina a escritos oscuros sepultados en algún apartado rincón de <strong>la</strong> historia.<br />

Para pertenecer al club hace falta ser invitado expresamente. Algunos escritores (por ejemplo, T. S.<br />

Eliot) simplemente descubren que <strong>la</strong> tradición (o "mente europea", como a veces <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma el propio<br />

Eliot) brota espontáneamente de su interior. Empero (otro tanto sucede con los favorecidos por <strong>la</strong><br />

gracia divina) para nada interviene aquí el mérito personal ni en pro ni en contra. Por consiguiente,<br />

el hecho de estar incorporado a <strong>la</strong> tradición permite ser a <strong>la</strong> vez autoritario y poder negarse a sí<br />

mismo con absoluta humildad. Es una combinación que Eliot vio más al alcance de <strong>la</strong> mano si se<br />

pertenecía a <strong>la</strong> Iglesia Cristiana.<br />

En <strong>la</strong> esfera política el apoyo de Eliot a <strong>la</strong> autoridad tomó varias formas. Flirteó con <strong>la</strong> cuasi<br />

fascista Action Française, y a veces dedicó a los judíos expresiones un tanto negativas. Después de su<br />

conversión al cristianismo a mediados de los años veinte, salió en defensa de una sociedad<br />

predominantemente rural dirigida por unas cuantas familias ilustres y una pequeña élite de<br />

intelectuales aficionados a <strong>la</strong> teología (muy parecidos a él). La mayor parte de los pertenecientes a<br />

esa sociedad serían cristianos, pero como Eliot hacía cálculos muy conservadores sobre <strong>la</strong><br />

capacidad de <strong>la</strong> mayor parte de <strong>la</strong> gente para creer en algo, esta fe religiosa sería en buena parte<br />

inconsciente, vivida, por así decirlo, a compás de <strong>la</strong>s estaciones. Esta panacea redentora de <strong>la</strong><br />

sociedad moderna se ofreció al mundo más o menos por los días en que <strong>la</strong>s tropas de Hitler<br />

invadieron a Polonia.<br />

Para Eliot, <strong>la</strong> ventaja de que una lengua estuviese íntimamente unida a <strong>la</strong> experiencia era<br />

que permitía al poeta dejar a un <strong>la</strong>do <strong>la</strong>s abstracciones del pensamiento racionalista y apoderarse de<br />

sus lectores asiéndolos ―por <strong>la</strong> corteza cerebral, el sistema nervioso y el aparato digestivo‖. 21 La<br />

poesía no consistía en hacer intervenir <strong>la</strong> mente del lector, poco importaba lo que realmente<br />

significaba o quería decir un poema. Por eso Eliot dec<strong>la</strong>raba que ni en lo mínimo le preocupaban <strong>la</strong>s<br />

interpretaciones estrafa<strong>la</strong>rias de su propia obra. El significado no pasaba de mendrugo que se<br />

arrojaba al lector para distraerlo, mientras el poema influía en él furtivamente a través de<br />

procedimientos más físicos e inconscientes. Eliot, erudito autor de poemas intelectualmente<br />

difíciles, reve<strong>la</strong>ba que despreciaba el intelecto tanto como cualquier otro irracionalista de derecha.<br />

Percibió agudamente el agotamiento del lenguaje del liberalismo racional de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media. No<br />

había ya muchas probabilidades de que <strong>la</strong>s apologías del ―progreso‖ o de <strong>la</strong> ―razón‖ pudieran<br />

convencer a alguien, y menos aun cuando millones de cadáveres yacían en los campos de batal<strong>la</strong> en<br />

Europa. Había fracasado el liberalismo de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se media. El poeta tenía que escudriñar detrás de<br />

esos desacreditados conceptos desarrol<strong>la</strong>ndo para ello una lengua sensible que ―se comunicara<br />

directamente con los nervios‖. Debía escoger pa<strong>la</strong>bras dotadas de ―una red de raíces tentacu<strong>la</strong>res<br />

que llegaran hasta los más recónditos terrores y deseos‖, 22 de imágenes sugestivamente enigmáticas<br />

que penetraran hasta esos niveles primitivos donde se identifican <strong>la</strong>s experiencias de hombres y<br />

mujeres. Quizá continuaría viviendo, después de todo, <strong>la</strong> sociedad orgánica, aun cuando sólo en el<br />

inconsciente colectivo. Quizá hubiese ciertos símbolos y ritmos profundos en <strong>la</strong> psique, inmutables<br />

arquetipos a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> historia, que <strong>la</strong> poesía podía tocar y revivir. La crisis de <strong>la</strong> sociedad<br />

europea -guerra global, encarnizada lucha de c<strong>la</strong>ses, tambaleantes economías capitalistas— podría<br />

resolverse si se daba <strong>la</strong> espalda a <strong>la</strong> historia para reemp<strong>la</strong>zar<strong>la</strong> con <strong>la</strong> mitología. En un nivel mucho<br />

más profundo que el de <strong>la</strong>s finanzas capitalistas se hal<strong>la</strong>ban el Rey Pescador y vigorosas imágenes<br />

del nacimiento, de <strong>la</strong> muerte y de <strong>la</strong> resurrección en <strong>la</strong>s cuales los seres humanos podrían descubrir<br />

su común identidad. Conforme a estos principios Eliot publicó The Waste Land (La tierra baldía) en<br />

1922, poema donde se sugiere que en los cultos de <strong>la</strong> fertilidad se encuentra <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ve de <strong>la</strong> salvación<br />

de Occidente. Desplegó sus técnicas escandalosamente vanguardistas enfocándo<strong>la</strong>s a metas<br />

totalmente de retaguardia, que arrancaban de cuajo <strong>la</strong> conciencia rutinaria con el fin de revivir en <strong>la</strong><br />

sangre y en <strong>la</strong>s entrañas del lector un sentido de identidad común.<br />

El concepto de Eliot acerca de que el lenguaje en <strong>la</strong> sociedad se había convertido en rancio e<br />

inútil, inadecuado para <strong>la</strong> poesía, presentaba afinidades con el formalismo ruso. Por otra parte, lo<br />

21 “The Metaphysical Poets” ibid., p. 290.<br />

22 “Ben Jonson”, ibid., p. 155.<br />

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