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Una introducción a la teoría literaria - Exordio

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desde cierta "posición". Dryden no hubiera podido escribir "verso libre" y continuar siendo poeta. El<br />

comprender estos efectos, suposiciones, tácticas y orientaciones textuales equivale a comprender <strong>la</strong><br />

"intención" de <strong>la</strong> obra. Esa táctica y esas suposiciones pueden carecer de cohesión mutua, un texto<br />

es capaz de varias ―posiciones sujeto‖ desde <strong>la</strong>s cuales se le puede interpretar pero que<br />

mutuamente se excluyen o contradicen. Al leer el poema Tyger, de B<strong>la</strong>ke, el proceso de e<strong>la</strong>boración<br />

de una idea acerca de dónde viene el lenguaje y sobre su finalidad es inseparable del proceso de<br />

e<strong>la</strong>boración de una "posición sujeto" para nosotros mismos como lectores. ¿Qué c<strong>la</strong>se de lector<br />

presupone el tono del poema, su táctica retórica, serie de imágenes y arsenal de suposiciones?<br />

¿Cómo espera que lo recibamos nosotros? ¿Parecería esperar que aceptemos el valor nominal de sus<br />

proposiciones, confirmándonos así como lectores en una posición de reconocimiento y asentimiento?<br />

O, más bien, ¿nos invita a asumir una posición crítica, objetiva en cuanto a lo que nos ofrece? ¿Se<br />

trata de algo satírico o irónico? O bien, lo cual es más intranquilizador, ¿procura el texto dejarnos<br />

varados ambiguamente entre <strong>la</strong>s dos opciones, extrayendo de nosotros una especie de consentimiento<br />

y, a <strong>la</strong> vez, tratando de minarlo?<br />

Considerar <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción entre lenguaje y subjetividad humana en esta forma sería estar de<br />

acuerdo con <strong>la</strong>s estructuralistas al tratar de evitar lo que podría denominarse fa<strong>la</strong>cia "humanista",<br />

concepto ingenuo según el cual un texto literario no pasa de ser una especie de transcripción de <strong>la</strong><br />

voz viva de <strong>la</strong> persona que se dirige a nosotros. Un concepto así de <strong>la</strong> literatura siempre tiende a<br />

considerar su característica distintiva -el hecho de estar escrita- un tanto desconcertante: lo impreso,<br />

con todo su frío carácter impersonal, interpone su masa desgarbada entre nosotros y el autor. ¡Si tan<br />

sólo pudiéramos hab<strong>la</strong>r directamente con Cervantes! <strong>Una</strong> actitud así "desmaterializa" <strong>la</strong> literatura,<br />

se esfuerza por reducir su densidad material como lenguaje al encuentro espiritual íntimo con<br />

"personas" vivas. Acepta <strong>la</strong> sospecha con que el humanismo liberal mira a cuanto no puede<br />

reducirse inmediatamente a lo interpersonal, desde el feminismo hasta lo que produce una fábrica.<br />

En fin de cuentas, no le interesa, por ningún concepto, considerar el texto literario como texto. Con<br />

todo, si bien el estructuralismo evitaba <strong>la</strong> fa<strong>la</strong>cia humanista, lo hacía sólo para no caer en <strong>la</strong> trampa<br />

opuesta en <strong>la</strong> que más o menos quedan abolidos los sujetos humanos.<br />

Para los estructuralistas, el "lector ideal" de una obra era uno que tuviera a su disposición<br />

todos los códigos o c<strong>la</strong>ves que <strong>la</strong> hicieran exhaustivamente inteligible. El lector era así una especie<br />

de imagen de <strong>la</strong> obra reflejada en un espejo; alguien que podía entender<strong>la</strong> "como era". El lector ideal<br />

tendría que estar perfectamente equipado con todo el conocimiento técnico esencial para descifrar<br />

<strong>la</strong> obra; debería aplicar impecablemente ese conocimiento, y estar libre de toda restricción<br />

estorbosa. Si el modelo se llevaba hasta el extremo, el lector tendría que ser apátrida, no pertenecer<br />

a ninguna c<strong>la</strong>se social, no haber sido engendrado, estar libre de características étnicas y de<br />

prejuicios culturales coartantes. Es verdad que no se encuentran muchos lectores que llenen<br />

satisfactoriamente esas condiciones, pero los estructuralistas concedían que el lector no tenía que<br />

realizar algo tan pedestre como el existir real y verdaderamente. El concepto era una conveniente<br />

ficción heurística (o exploratoria) para determinar lo que haría falta para leer un texto en particu<strong>la</strong>r<br />

"como se debe". Es decir, el lector no pasaba de ser una función del texto: proporcionar una<br />

descripción exhaustiva del texto era lo mismo que dar una explicación completa de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de lector<br />

que se requeriría para entenderlo.<br />

El lector ideal o "superlector" imaginado por el estructuralismo era, en efecto, sujeto<br />

trascendental libre de todas <strong>la</strong>s limitaciones de los determinantes sociales. Como concepto debió<br />

mucho al lingüista norteamericano Noam Chomsky, cuya teoría de <strong>la</strong> "competencia" lingüística<br />

hab<strong>la</strong> de capacidades innatas que nos permiten dominar <strong>la</strong>s reg<strong>la</strong>s subyacentes del lenguaje. Ni<br />

siquiera Lévi-Strauss era capaz de leer textos como pudiera hacerlo el Todopoderoso. Más aun, hay<br />

quienes p<strong>la</strong>usiblemente sugieren que <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones iniciales de Lévi-Strauss con el estructuralismo<br />

tenían mucho que ver con sus propias ideas políticas acerca de <strong>la</strong> reconstrucción de Francia en <strong>la</strong><br />

posguerra, opiniones que no tenían nada que hubiese sido divinamente garantizado. 13 El<br />

estructuralismo es, entre otras cosas, una más de <strong>la</strong> serie de teorías <strong>literaria</strong>s que han fracasado al<br />

13 Cf. Simon C<strong>la</strong>rke, The Foundations of Structuralism (Brighton, 1981), p. 46.<br />

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