18tado atentos a la dimensión específica de la exploraciónde cuerpos sonoros, por parte de los niños máspequeños, casi desde el nacimiento, durante el periodosenso-motor. Hemos querido definir un recorridoeducativo que desarrolla unas conductas musicalesuniversales independientemente de las técnicas y delos instrumentos propios de las culturas y de las épocas,apoyándose sobre las diferentes formas de juego(senso-motor, simbólico, reglado) que practican los niñosa lo largo de su desarrollo.Estos acercamientos creativos han encontrado amenudo un ambiente favorable en la escuela maternal,más raramente en la escuela elemental, pero hantenido dificultades durante mucho tiempo, al menosen Francia, para encontrar su lugar en el instituto.Ahora bien, la situación está transformándose completamentegracias a la informática y a la red Internet: lasnuevas <strong>tecnologías</strong> hacen su entrada en el aula de <strong>música</strong>.Para comprender bien la evolución de esta mutación,que es la consecuencia inmediata de la revolucióntecnológica por la <strong>música</strong> del siglo XX, hay queefectuar un rápido flash-back sobre el siglo que haacabado e incluso una vuelta muy consecuente sobrela historia de la <strong>música</strong> occidental.1. De una tecnología a la otra¿Qué ha ocurrido en el siglo XX? Se aprendió (en1877) a fijar el sonido sobre un soporte y a reproducirlo.El cilindro de Édison y el fonógrafo después, sonesos grandes descubrimientos que permiten conservary transmitir la <strong>música</strong> bajo su forma sonora, es algomuy reciente: hasta entonces sólo se la había conservadoy transmitido por escrito. El jazz, precisamente,se desarrolla gracias al disco; las <strong>música</strong>s de tradiciónoral son grabadas, reproducibles y por tanto analizables(Bartók, 1937). Pero hasta aquí, el nuevo soportesólo es utilizado para conservar y transmitir una <strong>música</strong>ya hecha. Golpe de efecto en 1948: un hombre deradio llamado Pierre Schaeffer tiene la idea de ensamblardirectamente unos sonidos en el disco, colocándolosuno tras otro o mezclándolos; en definitiva, componerdirectamente sobre el soporte. Casi al mismotiempo, en Colonia (1950), unos sonidos electrónicosson reunidos sobre una banda magnética. Se conocelo que sigue: del disco de 78 r.p.m. del estudio de radiode 1948, se pasará progresivamente al disco durodel ordenador doméstico, pero el principio es siempreel mismo: unos sonidos son captados o sintetizados,transformados, ensamblados y enviados a un altavoz,gracias al cual son oídos. En esta cadena, dos grandesausentes: la partitura y el intérprete.Volveremos sobre las consecuencias estéticas, socialesy pedagógicas de esta mutación. Tratemos porahora de evaluar la importancia de este hecho situándoloen perspectiva con otra «revolución tecnológica»que ha conocido la <strong>música</strong> culta occidental, la invenciónde la escritura. El paralelismo es llamativo.Tanto en la Edad Media como en el siglo XX, setrata de un asunto de soporte y de memoria artificial.Desde la Antigüedad, la notación musical no se hacíadel todo bien. En el siglo IX en particular, los monjesemprendieron la tarea de transcribir el repertorio gregoriano.Pero estos cantos existían antes de que setranscribieran. Hasta entonces, la notación era sólo unmedio de conservación y de transmisión. Hacia finalesdel siglo XII y más aún en el XIII, surge una gran novedad:se impone la idea, que ha debido de parecer alprincipio bastante chocante, de componer directamentesobre el papel (de hecho probablemente sobreuna pizarra) una <strong>música</strong> que jamás se había oído antesy ayudarse de la vista para comprobar cómo dos melodíassuperpuestas pueden unirse. Aparecen <strong>música</strong>sinimaginables sin esta tecnología del papel y el lápiz,como, en el siglo XIV, este motete de Guillaume deMachaut, «Ma fin es mon commencement», superponiendotres voces, siendo una la retrogradación de laotra (es decir las mismas notas leídas al revés, comenzandopor la última y terminando por la primera) y latercera voz hecha de dos mitades cuya segunda mitades la retrogradación de la primera. Quien lea estemotete de izquierda a derecha o de derecha a izquierda,oye el mismo resultado: «¡Ma fin est le commencement!».Puro producto de la tecnología del papel yel lápiz.La <strong>música</strong> electroacústica realizada en estudio, sinpartitura ni intérprete, ha planteado siempre un problemade denominación: constantemente nos preguntamossi es legítimo continuar hablando de «<strong>música</strong>»,hasta tal punto es profunda su ruptura, o si no deberíamosver ahí un arte nuevo. Los músicos del siglo XIVtuvieron unos escrúpulos comparables: ellos llamarona sus creaciones, tan alejadas de las monodias delcanto llano, «Ars Nova».2. Un oído contemporáneo: el sonidoNo habría que creer que estas innovaciones delsiglo XX conciernen únicamente a un género muyparticular y, en definitiva un poco marginal, la <strong>música</strong>electroacústica o informática, y que los otros géneros,<strong>música</strong>s populares, <strong>música</strong> instrumental clásica o contemporánea,quedan fuera de esta corriente. Al contrario.Captar los sonidos y reproducirlos, sobre instala-
19ciones que, a partir de los años 50 con el microsurco yla «alta fidelidad», llegan a ser en efecto bastante fieles,ha tenido como consecuencia la creación de un «o í d o»contemporáneo, particularmente sensible a lo que sellama actualmente el «sonido» en un sentido particular.Hablamos así tanto del «sonido» de un instrumentistade jazz como del «sonido» de un clavecinista, de ungrupo de rock, de un álbum, de un sello discográfico ode un conjunto de <strong>música</strong> barroca. El «sonido» es unaclase de prolongación del concepto de timbre, peroaplicado a los más variados objetos musicales, y utilizadopara cualificarlos estéticamente (Delalande,2001). Llama mucho la atención el constatar cómo labúsqueda de un «sonido» ha marcado la producciónmusical, fusionados todos los géneros, desde que losmedios técnicos han permitido hacerse con él. No volvamossobre la <strong>música</strong> electroacústica propiamentedicha, que ha hecho de las morfologías sonoras (materia,grano, innumerables cualidades de ataque, devibrato, de puesta en espacio, etc.) su vocabulario favorito,más bien evoquemos, por ejemplo, el conjunto delas <strong>música</strong>s populares modern a sque se inscriben en la huella delrock. Todas recurren a unosmedios electroacústicos, y todasbuscan lo que llaman un «sonido». Si los especialistas creen enesto (Peterson, 1991), el rock nohabría nacido gracias al talentoexcepcional de un Elvis Pr e s l e y(no solamente, en todo caso),sino porque la banda magnéticapermitía el montaje, que las45 revoluciones, la multiplicaciónde las emisoras de radio en los Estados Unidos,después el «transistor» portátil han favorecido la difusióndel resultado sonoro (en los años 40, no se pasabanlos discos de <strong>música</strong> ligera en la radio: se hacíaconocer la canción interpretada por una cantante yuna orquesta de la emisora de radio, no el «sonido» deuna grabación). En otro universo musical, la renovaciónde la interpretación de la <strong>música</strong> barroca se explicaen gran parte por la calidad sonora aportada por elmicrosurco: aparece en el mercado en 1952 y NikolausHarnoncourt funda en 1953 el Concentus Musicus,primer conjunto de instrumentos antiguos. Era casiimposible capitalizar y transmitir las investigacionessobre las sonoridades, del tiempo de las 78 r.p.m.: enlas antiguas grabaciones de Wanda Landowska, no essiempre fácil reconocer, en la audición, si la intérpretetoca el clave o el piano...En cuanto a la <strong>música</strong> contemporánea instrumental,incluso cuando no tiene que ver con ningún dispositivoelectroacústico, no es menos dependiente deesta sensibilidad contemporánea al «sonido» y, porende, indirectamente deudora de la tecnología. La<strong>música</strong> «espectral», por ejemplo, transporta explícitamentea la orquesta unos procedimientos «tecnomorfos»,según Wilson (1989), de síntesis de timbres, demixturas, de fusiones encadenadas. Como recordabaOlivier Messiaen: «casi todos los compositores hansufrido la influencia de la <strong>música</strong> electrónica, inclusono haciéndola ellos» (1988).La creación musical asistida por el papel y el lápizque denominamos, si hablamos con propiedad, «escritura»,había permitido el auge de la polifonía, de laarmonía, del contrapunto. De Machaut a Schoenbergpasando por Juan Sebastián Bach, combinamos lovertical y lo horizontal, porque la representación conla que nos imaginamos la <strong>música</strong> se hace en dos dimensiones.Igualmente, la fijación del sonido sobre unsoporte, la facultad de enriquecerla a placer, ha hechoEs incuestionable que la educación se opone frontalmente ala «cultura» impuesta a los adolescentes por los medios decomunicación, los vendedores de <strong>música</strong> y de máquinasde <strong>música</strong>.emerger este nuevo valor musical que se llama, de unamanera bastante ambigua, hay que decirlo, el «sonido».Cada una de estas <strong>tecnologías</strong> privilegia un rasgodel resultado musical y aumenta su pertinencia.3. Otra tecnología, otras prácticas sociales: el efectode paradigmaDesde que escribir la <strong>música</strong> sobre un soporte–digamos un papel, para simplificar– ha llegado a seruna técnica de composición y –no sólo de conservacióny de transmisión–, las prácticas musicales se hanorganizado en función de esta herramienta. Al lado deun modelo de sociedad musical que es llamada, con lamejor denominación, «de tradición oral» basándose entécnicas de invención, conservación y transmisión, seha desarrollado otra sociedad, la de la partitura. Elcompositor ha salido del anonimato (nada más fácil
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