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<strong>POETIKA1</strong><br />
del resguardo, que en esta misma sección se declinarán en un abanico de<br />
posibilidades: “Eco de lo que funciona pero no se habita […]”; “Práctica que<br />
está vacía”; “cascarilla hueca”; “Reflejo”; o “el doblez de la sombra”. Suerte de<br />
membranas superpuestas, estas refracciones lo son de esa superficie pulida de<br />
la representación que tanto se ha heredado del neobarroco; recordemos, si no,<br />
el “simulacro”, el “gasto recreado artificialmente”, la “fotocopia del mundo”,<br />
y las múltiples copias o dobles que ad infinitum se reiteran en la larguísima<br />
oración que es el libro Marea de aceite de ballenas (Freschi, Romina, 1ª. ed.,<br />
Buenos Aires, Ruinas Circulares, 2012, 108 p.). Igual de patinoso es aquí el<br />
untado –las sibilantes en “Solaris”, por ejemplo, lo reverberan en el orden del<br />
significante: “la impresión, la señal ésa del artificio fundamental/ el incienso<br />
bello del horizonte de crisálidas al sol”- pero lo que es evidente es su viraje:<br />
el centro que allí bulle y se cobija, emergente bajo la persona de un yo que<br />
se reconoce frágil. El “Astronauta” confiesa hacia el final: “Yo y mi nave<br />
navegamos a solas reparando nuestras heridas, el cascarón cada vez más roto,<br />
el óxido cada vez más cerca de la razón”.<br />
Hay entonces, aunque lo anecdótico esté reducido a mojones, una<br />
interioridad que se cuece entre los resquemores del lenguaje, un latido que<br />
ya en Juntas (Alto Pogo, s/d) –el librillo que Freschi consagra a la yunta<br />
madre/hija, al amor irrefutable que dicho vínculo entraña y a su simplezaavisa<br />
de esta salida a lo tangible, o de la entrada a un mundillo repleto de<br />
corazonadas, cuando ya se “ha roto la piel, la superficie, por todos lados”. Este<br />
núcleo, el desvío a esa apuesta por el goce atiborrado de brillo de la sustancia<br />
lingüística –a la vera de Sor Juana, de Perlongher o de Echavarren-, tiene<br />
diversas aristas. Por lo pronto, la pregunta por la localización, que hasta -¡oh<br />
sorpresa!- puede asumir un giro levemente pizarnikiano: “¿Quién adentro y<br />
quién afuera? ¿Acaso no soy yo quien me fui?”. Porque si existe una identidad<br />
y un espacio exterior que asusta por sus carencias, en esa serie indefinida<br />
de masas o de receptáculos -“¿Quién mueve este cuerpo, este cuarto, esta<br />
casa, este planeta?”-, hay también una reversibilidad de los términos o un<br />
“Rebote”, avalando el intercambio y la indistinción. Y entonces “El hueco<br />
que aparece”, que es “un buraco usual”, podría estar adentro o afuera,<br />
horadando lo privado o agazapado en la intemperie que el entorno ofrece.<br />
Por otro lado, lo que la subjetividad manifiesta en todo su peso y esplendor es<br />
la más familiar y palpable de las zonas, el propio cuerpo, como leemos en “La<br />
Roca”: “física de las cosas/ fuerza gravitacional/ este cuerpo al que siempre<br />
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