Adolfo Hitler - Mi Lucha
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adversario no se compone de timoratos sino de masas proletarias fuertemente aleccionadas y<br />
dispuestas a todo.<br />
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Si consideremos como el primer deber del Estado la conservación, el cuidado y el desarrollo<br />
de nuestros elementos sociales, en servicio y por el bien de la nacionalidad, lógico es pues que ese<br />
celo protector no debe acabar con el nacimiento del pequeño congénere, sino que el Estado tiene<br />
que hacer de él un elemento valioso, digo de reproducirse después.<br />
Fundándose en esta convicción, el Estado racista no particulariza su misión educadora<br />
a la mera tarea de insuflar conocimientos del saber humano. No, su objetivo consiste, en<br />
primer término, en formar hombres físicamente sanos. Seguidamente, en segundo plano, está<br />
el desarrollo de las facultades mentales y aquí, a su vez, en el fomento de la fuerza de voluntad<br />
y de decisión, habituando al educando a asumir gustoso la responsabilidad de sus actos. Como<br />
corolario viene la instrucción científica.<br />
El Estado racista debe partir del punto de vista de que un hombre, si bien de<br />
instrucción modesta pero de cuerpo sano y de carácter firme, rebosante de voluntad y de<br />
espíritu de acción, vale más para la comunidad del pueblo que un superintelectual enclenque.<br />
Por tanto, el entrenamiento físico, en el Estado racista, no constituye una cuestión<br />
individual, ni menos algo que incumbe sólo a los padres, interesando a la comunidad sólo en<br />
segundo o tercer término, sino que es una necesidad de la conservación nacional representada y<br />
garantizada por el Estado. Del mismo modo que en lo tocante a la instrucción escolar interviene hoy<br />
el Estado en el derecho de la autodeterminación del individuo y le supedita al derecho de la<br />
colectividad, sometiendo al niño a la instrucción obligatoria, sin previo consentimiento de los<br />
padres, así también, pero en una escala mayor, tiene el Estado racista que imponer un día su<br />
autoridad frente al desconocimiento o a la incomprensión del individuo en cuestiones que afectan a<br />
la conservación del acervo nacional. Su labor educativa deberá estar organizada de tal suerte, que el<br />
cuerpo del niño sea tratado convenientemente desde la primera infancia, para que así adquiera el<br />
temple físico necesario al desarrollo de su vida. Tendrá que velar, ante todo, porque no se forme una<br />
generación de sedentarios.<br />
La escuela, en el Estado racista, deberá dedicar a la educación física infinitamente más<br />
tiempo del actualmente fijado. No debería transcurrir un solo día sin que el adolescente deje de<br />
consagrarse por lo menos durante una hora por la mañana y durante otra por la tarde al<br />
entrenamiento de su cuerpo, mediante deportes y ejercicios gimnásticos. En particular, no puede<br />
prescindirse de un deporte que justamente ante los ojos de muchos que se dicen “racistas” es rudo e<br />
indigno: el pugilato. Es increíble cuán erróneas son las opiniones difundidas en este respecto en las<br />
esferas “cultas”, donde se considera natural y honorable que el joven aprenda esgrima y juegue a la<br />
espada, en tanto que el boxeo lo conceptúan como una torpeza. ¿Y por qué? No existe deporte<br />
alguno que fomente como este él espíritu de ataque y la facultad de rápida decisión, haciendo que el<br />
cuerpo adquiera la flexibilidad del acero. No es más brutal que dos jóvenes diluciden un altercado<br />
con los puños que con una lámina de aguzado acero. Tampoco es menos noble que un hombre<br />
agredido se defienda de su agresor con los puños, en vez de huir para apelar a la policía.<br />
El tipo humano ideal que busca el Estado racista, no está representado por el pequeño<br />
moralista burgués o la solterona virtuosa, sino por la retemplada encarnación de la energía viril y<br />
por mujeres capaces de dar a luz verdaderos hombres. Es así como el deporte no sólo está destinado<br />
a hacer del individuo un hombre fuerte, diestro y audaz, sino también a endurecerle y enseñarle a<br />
soportar inclemencias.