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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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En consecuencia, al única posibilidad hacia la realización de una sana política territorial<br />

reside para Alemania en la adquisición de nuevas tierras en el continente mismo. Las colonias no<br />

responden a ese propósito si es que no se prestan para ser pobladas en gran escala por elementos<br />

europeos. En el siglo XIX ya no era posible adquirir por medios pacíficos zonas apropiadas a la<br />

colonización. Una política colonial semejante habría sido, pues, sólo factible si se empeñaba una<br />

tenaz lucha, que en realidad habría resultado más provechosa aplicada a adquirir territorios en el<br />

propio continente y no en los países de ultramar.<br />

Rusia.<br />

Y si esa adquisición quería hacerse en Europa, no podía ser en resumen sinó a costa de<br />

Por cierto que para una política de esa tendencia, había en Europa un solo aliado posible:<br />

Inglaterra.<br />

Únicamente contando con el apoyo de este país, hubiese podido darse comienzo a la nueva<br />

cruzada del germanismo. El derecho, a invocarse en este caso, no habría sido menos justificado que<br />

el de nuestros antepasados.<br />

Para ganar la aquiescencia inglesa ningún sacrificio pudo haber sido demasiado grande. La<br />

cuestión hubiera sido renunciar a posesiones coloniales y a la aspiración del poderío marítimo,<br />

ahorrándole así la lucha de competencia a la industria británica.<br />

Solamente una orientación fija y clara era capaz de conducir a ese resultado. Renunciar al<br />

comercio mundial y a las colonias; renunciar a mantener una marina alemana de guerra y concentrar<br />

en cambio toda la potencialidad militar del Estado en el ejército. Naturalmente que la consecuencia<br />

inmediata podría haber sido una momentánea limitación, pero se hubiera tenido la garantía de un<br />

porvenir grande y poderoso.<br />

Hubo un momento en que Inglaterra habría estado dispuesta a tratar la cuestión, puesto que<br />

comprendía perfectamente que Alemania, en vista del creciente aumento de su población, se vería<br />

obligada a buscar una solución para su problema y encontrarla, ya sea con Inglaterra en Europa o<br />

sin Inglaterra en el mundo.<br />

Fue seguramente bajo esta impresión que a fines del siglo pasado se intentó desde Londres<br />

un acercamiento hacia Alemania. Por primera vez púsose entonces de manifiesto eso que en los<br />

últimos años hemos podido observar en Alemania en forma realmente alarmante: Se sentía<br />

desagrado a la sola idea de que tendrían que sacar para Inglaterra las “castañas del fuego”, como si<br />

alguna vez se hubiese dado el caso de una alianza sobre una base que no fuese la de la recíproca<br />

conveniencia. Y con Inglaterra no era difícil llegar a una negociación semejante. La diplomacia<br />

inglesa fue siempre lo suficientemente inteligente para no ignorar que toda concesión supone<br />

reciprocidad.<br />

Imagínese por un momento la enorme trascendencia que para Alemania habría tenido el que<br />

una hábil política exterior alemana hubiese adoptado el “rol” que el Japón se adjudicó en 1904.<br />

Jamás se hubiera producido una “conflagración mundial”.<br />

Pero sensiblemente no se optó por seguir ese camino.<br />

En pie quedaba ya únicamente la cuarta posibilidad enunciada: industria y comercio mundial<br />

– poderío marítimo y dominio colonial.<br />

Si una política territorial europea era sólo factible contra Rusia, teniendo a Inglaterra como<br />

aliada, inversamente, una política colonial de expansión y de comercio mundial, era únicamente

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