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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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La única forma posible de actuar que le quedaba a Inglaterra, como medio de impedir<br />

que el poderío francés creciese demasiado, era participar de la rapacidad de Francia.<br />

Realmente, Inglaterra no alcanzó la finalidad que había perseguido con la guerra;<br />

pues, no solamente no logró poner atajo a la preponderancia de una potencia europea sobre las<br />

demás del continente, sino que más bien la fomentó en grado superlativo.<br />

La Francia de hoy es, como potencia militar, la primera del continente y no tiene serio rival<br />

alguno. Hacia el Sur, sus fronteras con España e Italia son poco menos que infranqueables; hacia<br />

Alemania, están garantizadas por la impotencia de nuestra patria y, por último, sus costas se<br />

extienden ampliamente frente a los nervios vitales del Imperio británico. Aparte de que esos centros<br />

de la vida inglesa son blancos fáciles para aviones y artillería de largo alcance, las grandes vías del<br />

comercio inglés estarían a merced de la guerra submarina.<br />

El deseo perpetuo de Inglaterra es el mantenimiento de cierto equilibrio de fuerzas<br />

entre los Estados europeos, como una condición primordial para la hegemonía británica en el<br />

mundo.<br />

El deseo perpetuo de Francia, no es otro que el de evitar la formación de una potencia<br />

homogénea alemana; el mantenimiento en Alemania de un sistema de pequeños Estados de<br />

fuerzas compensadas, no sometidos a un gobierno central, y, finalmente, llegar a apoderarse<br />

de la ribera izquierda del Rin, como medio de crear y de asegurar su supremacía en Europa.<br />

La máxima aspiración de la diplomacia francesa será eternamente contraria a la máxima<br />

tendencia de la política británica.<br />

*<br />

* *<br />

No hay estadista que siendo inglés, americano o italiano, hubiese pensado jamás en “pro” de<br />

Alemania. Todo ingles, como hombre de Estado, será naturalmente inglés ante todo, el americano,<br />

americano, y tampoco encontraremos a un italiano dispuesto a hacer otra política que no fuese<br />

italianófila. Por eso, quien crea que se pueden cimentar alianzas con naciones extranjeras a base de<br />

la sola simpatía que los gobernantes de éstas tengan por Alemania o es un asno o un insincero. La<br />

habilidad de un estadista dirigente se revela justamente en el hecho de encontrar siempre<br />

para la realización de las necesidades de su país, en un determinado momento, aquellos<br />

aliados que, velando también por sus propios intereses, tienen que seguir el mismo camino.<br />

¿Cuáles son pues los Estados que actualmente carecen de un interés vital en que el poderío<br />

económico militar de Francia llegue a una situación de absoluta hegemonía, como consecuencia de<br />

la completa anulación de una Europa central alemana? ¿Y cuáles los que, debido a las condiciones<br />

inherentes a su propia existencia, y siguiendo la orientación tradicional de su política, vislumbran en<br />

el desarrollo de una situación tal, una amenaza para el porvenir?<br />

Desde luego, conviene deslindar claramente un hecho: La clave de la política exterior<br />

francesa residirá siempre en el propósito de apoderarse de la frontera del Rin y consolidar el<br />

dominio de este río a favor de Francia al precio de una Alemania en escombros 13 .<br />

13 (Producido el plebiscito del Sarre, en enero de 1935, con una aplastante mayoría de más del 90% a favor de Alemania, el Führer y Canciller del<br />

Reich, <strong>Hitler</strong>, hizo la siguiente solemne declaración en su gran mensaje por radio del 15 de enero:<br />

“Compatriotas alemanes del Sarre: vuestra decisión me da hoy la posibilidad de declarar que una vez efectuada vuestra<br />

reincorporación al territorio del Reich, Alemania no hará ya ninguna reclamación territorial más a Francia. Esta es nuestra contribución<br />

histórica y de sacrificio en pro de la tan necesaria pacificación de Europa”).

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