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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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Debía, pues, comenzar para mí, como por cierto para todo alemán, la época más sublime e<br />

inolvidable de mi vida. Ahora, ante los sucesos de la gigantesca lucha, todo lo pasado debía<br />

hundirse en el seno de la nada.<br />

Y llegó el día en que partimos de Munich rumbo al frente para cumplir con nuestro deber.<br />

Así vi por primera vez el Rhin, cuando a lo largo de su apacible corriente nos dirigíamos al Oeste a<br />

defender de la ambición del enemigo secular el río de los ríos alemanes.<br />

Después en Flandes, marchando silenciosamente a través de una noche fría y húmeda y<br />

cuando empezaba a disiparse las primeras brumas de la mañana, recibimos de súbito el bautismo de<br />

fuego; los proyectiles – que silbaban sobre nuestras cabezas- caían en medio de nuestras filas<br />

azotando el mojado suelo. Pero antes de que la ráfaga mortífera hubiera pasado, un hurra de<br />

doscientas gargantas salió al encuentro de esos primeros mensajeros de la muerte.<br />

Es muy posible que los voluntarios del Regimiento List aún no hubiesen aprendido a<br />

combatir, pero a morir si habían aprendido y morían como viejos soldados.<br />

Este fue el comienzo. Y así continuó año tras año; más lo romántico de la guerra fue<br />

reemplazado por el horror de las batallas. Poco a poco decayó el entusiasmo y el terror a la muerte<br />

ahogó el júbilo exaltado de los primeros tiempos. Había llegado la época en que cada uno se debatía<br />

entre el instinto de la propia conservación y el imperativo del deber. Tampoco yo debí quedar<br />

exento de esa lucha interior. Siempre que la muerte acosaba, un algo indefinible pugnaba por<br />

rebelarse en el individuo, presentándose ante la debilidad humana como la voz de la razón y no<br />

siendo en verdad más que la tentación de la cobardía que, disfrazada así, intentaba doblegar al<br />

hombre. Pero cuanto más se empeñaba ese impulso, aconsejando rehuir el peligro y cuanto más<br />

insistentemente trataba de seducir, tanto más vigorosa era la reacción del individuo, en el que,<br />

después de larga pugna interior acababa por imponerse la conciencia del deber. Ya en el invierno<br />

1915 – 1916 había yo definido íntimamente el problema: La entereza lo había dominado todo y así<br />

como en los primeros tiempos fui capaz de lanzarme jubiloso y riendo al asalto, ahora mi estado de<br />

ánimo era sereno y resuelto. Lo perdurable era precisamente esto. El destino podía, pues, ahora<br />

someternos a las más severas pruebas sin que nos fallasen los nervios ni perdiéramos la razón. ¡El<br />

joven voluntario se transformó en veterano!<br />

La misma evolución se había operado en todo el ejército alemán, experimentado y recio por<br />

virtud del eterno batallar. Ahora, después de dos y tres años de lucha constante, saliendo de una<br />

batalla para entrar en otra, siempre combatiendo contra un adversario superior en número y<br />

armamentos, sufriendo hambre y soportando privaciones de todo género, había llegado la hora de<br />

probar la eficacia de aquel ejército único.<br />

Transcurrirán milenios y jamás se podrá cantar el heroísmo sin dejar de rememorar el<br />

ejército alemán de la gran guerra. Descorriendo el velo del pasado, emergerá siempre la visión del<br />

frente férreo de los grises cascos de acero – frente inquebrantable, firme – monumento de<br />

inmortalidad. Y mientras haya alemanes, nunca olvidarán que aquellos héroes fueron hijos de la<br />

patria alemana.<br />

*<br />

* *<br />

Entonces era yo soldado y no quise hacer política, pues tampoco el momento era realmente<br />

apropósito para ello. Sin embargo, no pude menos que formar criterio con respecto de ciertos<br />

hechos que afectaban a toda la nación y que particularmente debían interesarnos a nosotros los<br />

soldados.

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