Adolfo Hitler - Mi Lucha
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SEGUNDA PARTE<br />
CAPÍTULO CUARTO<br />
La personalidad y la concepción nacionalista del Estado<br />
Una ideología que, rechazando el principio democrático de la masa, se empeñe en<br />
consagrar este mundo a favor de los mejores pueblos, es decir a favor del hombre superior,<br />
está lógicamente obligada a reconocer también el precepto aristocrático de la selección dentro<br />
de cada nación, garantizando así el gobierno y la máxima influencia de los más capacitados en<br />
sus respectivos pueblos. Esta concepción se funda en la idea de la personalidad y no en la<br />
mayoría.<br />
Ha entendido muy superficialmente y nada sabe de lo que nosotros llamamos una ideología<br />
(Weltanschauung) aquel que cree que un Estado nacionalsocialista se distingue de otros Estados en<br />
el aspecto puramente mecánico, por efecto de una mejor estructuración de su vida económica, es<br />
decir, por virtud de una compensación más equitativa entre riqueza y pobreza o por el rol más<br />
influyente de la gran masa social en el proceso económico de la Nación o, por último, mediante<br />
salarios justos a base de anular un sistema de diferencias demasiado grandes en este orden.<br />
Todo esto no ofrece la menor seguridad de subsistencia ni menos aun de grandiosidad. Un<br />
pueblo que se aferrase a tales reformas, verdaderamente externas, no habrá logrado nada que le<br />
garantice una posición de vanguardia en el concierto de las naciones. Un movimiento de opinión<br />
que ve su cometido únicamente en un proceso de compensación general, aunque seguramente<br />
justificado, no alcanzará a efectuar en realidad una reforma magna del estado de cosas existente, y<br />
ello es debido a la sencilla razón de que toda su labor queda a la postre limitada a aspectos<br />
superficiales, sin poder darle al pueblo aquella contextura moral que le permita, con una seguridad<br />
que casi pudiéramos llamar matemática, desarraigar definitivamente aquellos defectos bajo los<br />
cuales sufrimos hoy.<br />
Para una mejor comprensión, será conveniente, tal vez, lanzar una mirada retrospectiva<br />
sobre los orígenes verdaderos y las causas determinantes del desarrollo de la cultura humana.<br />
El primer paso que exteriormente alejó de modo visible al hombre, del mundo animal, fue el<br />
ingenio. Seguramente, las primeras medidas inteligentes que aplicó el hombre en su lucha contra los<br />
animales, se derivaron, en su origen de la acción individual de sujetos particularmente capacitados.<br />
También en aquellos tiempos constituyó indudablemente la personalidad, el punto de partida de<br />
decisiones y de hechos que después fueron adoptados por la Humanidad entera como las realidades<br />
más naturales; justamente lo mismo que ocurrió con determinado principio militar convertido hoy –<br />
digámoslo- en el fundamente de toda estrategia, y que originariamente debió su concepción a la idea<br />
de un solo cerebro, adquiriendo valor universal a través de los años y quizá hasta de los milenios,<br />
como algo perfectamente inherente al hombre.<br />
Una segunda iniciativa vino a complementar la primera; el hombre había aprendido a poner<br />
al servicio de su lucha por la existencia, otros elementos y hasta seres vivos; y he aquí como nació<br />
la verdadera actividad creadora del hombre, cuyos frutos constituyen la realidad que ahora<br />
experimentamos por doquier. Los inventos materiales, comenzando por el uso de la piedra tallada<br />
como arma, que condujeron a la domesticación de animales, y le dieron al hombre fuego<br />
artificialmente producido y así sucesivamente, hasta llegar a los múltiples y asombrosos