Adolfo Hitler - Mi Lucha
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dinamismo y que en la guerra puso de relieve ante el mundo entero la seguridad que le ofrecía su<br />
ejército. Con la ocupación de la zona carbonífera del Ruhr, Francia le arrebató a Inglaterra todo el<br />
éxito que había obtenido de la guerra, y el dueño de la victoria no fue ya entonces, la sagaz<br />
diplomacia inglesa, sino el mariscal Foch y la Francia que él encarnaba.<br />
También en Italia, se trocó en franco odio el estado de ánimo poco favorable que existía allá<br />
a partir de la conclusión de la guerra. Presentóse el gran momento histórico en que los aliados de<br />
ayer podían ser los enemigos de mañana. Y si esto no ocurrió y los Aliados no se fueron a las<br />
manos, como en el caso de la segunda guerra balcánica, fue exclusivamente, debido a la<br />
circunstancia de que Alemania no contaba con un Enver Pascha sino con un Wilhelm Cuno, como<br />
canciller del Reich.<br />
No sólo en el orden de la política exterior, sino también en el de la política interna, se le<br />
presentó a Alemania, con la ocupación del Ruhr por los franceses, una gran posibilidad para el<br />
futuro. Un considerable sector de nuestro pueblo que, bajo el influjo constante de los embustes de<br />
su propia prensa, seguía viendo en Francia al campeón del progreso y de las libertades, debió<br />
quedar repentinamente curado de semejante desvarío. La primavera de 1923 tuvo la misma<br />
trascendencia que el año 1914, cuando al declararse la guerra, se esfumaban de los cerebros de<br />
nuestros obreros los sueños de solidaridad internacional, para hacer que volviesen al mundo real de<br />
la lucha por la existencia donde un ser vive a expensas del otro y donde el exterminio del más débil<br />
representa la vida del más fuerte.<br />
No se trató de impedir la ocupación de Ruhr por medio de medidas militares. Sólo un<br />
perturbado habría podido aconsejar cosa semejante. Pero, bajo la impresión del atropello que<br />
cometía Francia y mientras lo perpetraba se pudieron y debieron asegurar –sin tomar en<br />
consideración el tratado de Versalles despedazado por los franceses mismos- aquellos recursos<br />
militares que más tarde, habrían servido para respaldar la posición de nuestros delegados; pues, no<br />
cabía la menor duda de que el día menos pensado, habría de resolverse ante la mesa de una<br />
conferencia internacional cualquiera, la suerte de aquel territorio ocupado por Francia. Y tampoco<br />
debía perderse de vista que hasta los más calificados negociadores, pueden contar sólo con escaso<br />
éxito si no llevan por escudo la entereza de su pueblo.<br />
¿No era acaso, una calamidad consumada tener que ver la eterna comedia de las<br />
conferencias internacionales que, a partir de 1918 solían preceder a la imposición de los respectivos<br />
dictados? ¿Y aquel denigrante espectáculo que se ofrecía al mundo entero, invitándosenos, como<br />
por ironía, a tomar asiento en la mesa de conferencias, para luego presentarnos resoluciones y<br />
programas acordados de antemano y sobre los cuales bien es cierto que podíase discurrir, pero sin<br />
admitirse modificación alguna?<br />
Si en la primavera de 1923 se hubiese querido tomar el hecho de la ocupación del Ruhr<br />
como un motivo para restablecer nuestra institución armada, previamente habría sido necesario<br />
darle a la nación armas morales, incrementando su fuerza de voluntad y eliminando, al propio<br />
tiempo, a los destructores de las energías nacionales.<br />
Del mismo modo que en 1918 tuvimos que pagar sangrientamente el error de no haber<br />
triturado en los años 1914 y 1915, de una vez para todas, la cabeza de la víbora marxista, así<br />
también debió vengarse ahora en la forma más tremenda, el hecho de que en la primavera de 1923<br />
dejásemos pasar inaprovechada la ocasión de acabar definitivamente con la obra de los marxistas<br />
traidores a la patria y verdugos del pueblo.<br />
Sólo los elementos burgueses pudieron ser capaces de concebir que el marxismo hubiese<br />
cambiado y que los protervos dirigentes revolucionarios de 1918 –aquellos que para poder<br />
encaramarse mejor a los diferentes puestos político, pisotearon fríamente la honra de dos millones<br />
de hombres caídos por la patria- estuvieran en 1923 dispuestos a ponerse al servicio de la causa