Adolfo Hitler - Mi Lucha
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La grandeza del Cristianismo no se debió a componendas con corrientes filosóficas más o<br />
menos semejantes de la antigüedad, sino al inquebrantable fanatismo con que proclamó y sostuvo<br />
su propia doctrina.<br />
12º Los secuaces de nuestro movimiento no deben temer el odio ni las vociferaciones de los<br />
enemigos de nuestra nacionalidad y de nuestra ideología; por el contrario, deberán más bien<br />
ansiarlas. La mentira y la calumnia son manifestaciones propias de ese odio. Aquél que no es<br />
calumniado y denigrado por la prensa judía no es alemán de verdad, ni es verdadero<br />
nacionalsocialista.<br />
La mejor medida para aquilatar el valor de su criterio, la sinceridad de su convicción y la<br />
entereza de su carácter, es el grado de aversión con que es combatido por el enemigo mortal de<br />
nuestro pueblo.<br />
13º Nuestro movimiento está obligado a fomentar por todos los medios el respeto a la<br />
personalidad. No debe olvidarse que el valor de todo lo humano radica en el valor de la<br />
personalidad; que toda idea y que toda acción son el fruto de la capacidad creadora de un hombre y<br />
que, finalmente, la admiración por la grandeza de la personalidad, representa no sólo un tributo de<br />
reconocimiento para ésta, sino también un vínculo que une a los que sienten gratitud hacia ella.<br />
La personalidad es irreemplazable.<br />
*<br />
* *<br />
Nada nos había hecho sufrir más, en la primera época de la formación de nuestro<br />
movimiento, que el que nuestros nombres fuesen desconocidos y sin importancia para la opinión<br />
pública, hecho que desde luego ponía en duda la posibilidad de nuestro éxito. En efecto, la opinión<br />
pública nada sabía de nosotros, ni nadie en Munich, con excepción de nuestros pocos adeptos y los<br />
amigos de éstos, sabía de la existencia de nuestro partido ni siquiera su nombre.<br />
Se imponía, pues, salir al fin del círculo estrecho y ganar nuevos prosélitos, procurando a<br />
todo trance la difusión del nombre de nuestro movimiento.<br />
Una vez al mes y posteriormente cada quince días, organizábamos “asambleas”. Las<br />
invitaciones se escribían a máquina y en parte también a mano. Recuerdo todavía cómo yo mismo<br />
en aquel primer tiempo, distribuí un día personalmente en las respectivas casas, ochenta de estas<br />
invitaciones, y recuerdo también cómo esperamos aquella noche la presencia de las “masas<br />
populares” que debían venir.... Con una hora de retraso, el “presidente” se decidió al fin a inaugurar<br />
la “asamblea”. Otra vez, no éramos más que siete, los siete de siempre.<br />
Gracias a pequeñas colectas de dinero en nuestro círculo de pobres diablos, logramos reunir<br />
los medios necesarios para poder anunciar una asamblea mediante un aviso del diario independiente<br />
de entonces “Münchener Beobachter”. La asamblea debía realizarse en el “Hofbräuhaus Kéller” de<br />
Munich. A las 7 de la noche, se hallaban presentes 111 personas.<br />
La asamblea quedó abierta. Un profesor de Munich pronunció el primer discurso, luego<br />
debía yo tomar la palabra por primera vez en público. Hablé durante treinta minutos y aquellos que<br />
antes había sentido instintivamente, quedó comprobado por la realidad; tenía condiciones para<br />
hablar.<br />
Al finalizar mi discurso, el público en el estrecho recinto, estaba como electrizado y el<br />
entusiasmo tuvo su primera manifestación en el hecho de que mi llamada a la generosidad de los<br />
presentes dio por resultado una colecta de 300 marcos.