Adolfo Hitler - Mi Lucha
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Aquí debo mencionar particularmente un tema del cual el judío sabía servirse en aquellos<br />
años con extraordinaria habilidad: la cuestión del Tirol sur.<br />
¡Sí, la cuestión del Tirol!<br />
Quisiera subrayar que yo, personalmente, me cuento entre aquellos que desde agosto de<br />
1914 a noviembre de 1918 –cuando se definía la suerte de Alemania y, con ella, la suerte del Tirol<br />
sur- actuaron allí donde, realmente, tuvo lugar la defensa de este territorio: en el ejército. Yo<br />
también había combatido en aquellos años, no para que este territorio fuese, como los otros del<br />
suelo alemán, nuestro.<br />
No cabe dudar de que la reintegración de territorios perdidos no se realiza por la sola<br />
virtud de invocaciones solemnes al Todopoderoso o por esperanzas piadosas en la justicia de<br />
una liga de naciones, sino únicamente con las armas.<br />
Si Alemania quiere poner fin al peligro de exterminio que la amenaza en Europa,<br />
deberá tener cuidado de no reincidir en los errores de la anteguerra, haciéndose enemiga del<br />
mundo entero.<br />
Fue la fantástica concepción de una alianza nibelunguesca con el cadavérico Estado de<br />
los Habsburgo, la que precipitó a Alemania a la ruina. Dejarse llevar de sentimentalismos,<br />
frente a las posibilidades de nuestra actual política exterior, será el mejor medio de impedir<br />
para siempre el resurgimiento alemán.<br />
*<br />
* *<br />
Nadie pretenderá afirmar que el oprobio de la época que vivimos es expresión típica del<br />
carácter de nuestro pueblo. Lo que hoy vemos en torno nuestro y experimentamos íntimamente, no<br />
es más que el resultado horripilante de la influencia devastadora del perjurio cometido el 9 de<br />
noviembre de 1918. Tampoco en estos tiempos han desaparecido completamente los buenos<br />
elementos fundamentales de nuestro pueblo: sólo que yacen inertes en el fondo. Más de una vez,<br />
aparecieron cual relámpagos en el oscuro firmamento, virtudes luminosas de las cuales la Alemania<br />
del porvenir, se acordará un día como de los primeros signos reveladores de una incipiente<br />
convalecencia.<br />
Al lamentar el estado actual de nuestra patria debemos preguntarnos: ¿Y qué hicieron<br />
nuestros gobernantes para que renaciese en este pueblo el espíritu del orgullo nacional, de la<br />
entereza varonil y del odio sagrado?<br />
Cuando en 1919 se le impuso a la nación alemana el tratado de Versalles, con justa razón<br />
habría podido esperarse que, precisamente ese instrumento de opresión sin límites, estimularía<br />
hondamente el grito libertario de Alemania. Los tratados de paz, cuyas imposiciones flagelan a<br />
los pueblos, constituyen no raras veces el primer redoble de tambor que anuncia el<br />
levantamiento futuro.<br />
¡Que enorme partido se habría podido sacar del tratado de Versalles! En manos de un<br />
gobierno dispuesto a la acción, habría podido convertirse este instrumento de exacción inaudita y de<br />
la humillación más vergonzosa, en un medio de aguijonear hasta el grado máximo los sentimientos<br />
nacionales. Cómo se habría podido imprimir en el cerebro y en el alma de nuestro pueblo cada uno<br />
de los puntos de aquel tratado hasta que en la conciencia de sesenta millones de hombres y mujeres<br />
estallase el sentimiento del oprobio y del odio comunes, en una única inmensa llamarada, para que,<br />
luego, de sus ascuas surgiera, dura como el acero, una voluntad y con ella el clamor: