Adolfo Hitler - Mi Lucha
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El 7 de octubre caí herido.<br />
Habían transcurrido dos años desde la última vez que estuve en la patria, un lapso<br />
infinitamente largo bajo los rigores de la guerra. A medida que nuestro tren se aproximaba a la<br />
frontera cada uno de nosotros sentía una profunda inquietud interior.<br />
Fui enviado al hospital militar de Beelitz, cerca de Berlín, ¡Qué cambio! Del barro de la<br />
batalla del Somme a las blancas camas de aquel maravilloso edificio.<br />
Desgraciadamente este ambiente debió serme también nuevo en otro sentido. El espíritu<br />
inquebrantable del ejército en el frente parecía no tener ya cabida allí. En este lugar oí por primera<br />
vez algo que se desconocía en el frente: la ponderación de la propia cobardía.<br />
Restablecido, en cuanto pude caminar, se me dio permiso para trasladarme a Berlín. Pobreza<br />
amarga se revelaba en todas partes. La ciudad de los millones padecía hambre. Dominaba el<br />
descontento. En los sitios frecuentados por soldados el estado de ánimo era parecido al que reinaba<br />
en el hospital. Se recibía la impresión de que aquellos elementos buscaban deliberadamente esos<br />
lugares para propagar su pesimismo.<br />
Aún mucho más decepcionantes eran las circunstancias de Munich. Creí no volver a<br />
reconocer aquella ciudad cuando después de abandonar el hospital de Beelitz, fui allí destinado a un<br />
batallón de reserva. Por doquier: malhumor, decaimiento, vituperios. Hasta en el mismo batallón se<br />
notaba una depresión profunda. Contribuía a ello el trato demasiado torpe que se daba a los<br />
evacuados por parte de viejos oficiales instructores, que jamás habían estado en el frente y que por<br />
lo mismo sólo muy relativamente eran capaces de armonizar con los combatientes veteranos, que<br />
poseían ciertas particularidades adquiridas durante su permanencia en el teatro de la guerra, que<br />
resultaban incompresibles para los jefes de la tropa de reserva. Contrariamente, era natural que el<br />
oficial venido del frente mereciese por parte de esa tropa mayor respeto que un comandante de<br />
etapas. Pero aún prescindiendo de todo esto, el estado general de ánimo era miserable: el<br />
emboscarse se consideraba casi como una prueba de inteligencia superior, en cambio, la firme<br />
lealtad como una característica de debilidad moral o de estupidez. Las oficinas estaban ocupadas<br />
por elementos judíos; casi todo amanuense era un judío y todo judío un amanuense. Me asombraba<br />
ver aquí tantos “combatientes” del pueblo elegido y no podía menos que comparar su número con<br />
los escasos representantes que de ellos había en el frente.<br />
En el aspecto económico, la situación era todavía peor, pues ahí es donde el elemento judío<br />
había llegado a hacerse realmente “indispensable”.<br />
<strong>Mi</strong>entras el judío esquilmaba a toda la nación y la sojuzgaba, agitábase al pueblo bávaro<br />
contra los “prusianos”. Yo veía en esa agitación la más genial artimaña del judío para desviar la<br />
atención general concentrada sobre su persona.<br />
La maldita discordia existente entre los Estados federales del Reich se me había hecho<br />
insoportable y me sentía dichoso ante la idea de volver al frente de batalla, para lo cual ya al llegar a<br />
Munich había presentado mi solicitud.<br />
A principios de marzo de 1917 me encontraba nuevamente en mi regimiento.<br />
*<br />
* *<br />
La depresión reinante en el ejército parecía haber alcanzado su punto culminante a fines de<br />
1917. Después del desastre ruso, todo el ejército cobró nuevos bríos y nuevas esperanzas; pero ante