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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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Si toda nuestra esfera superior de intelectuales no hubiese sido educada tan exclusivamente<br />

en medio de reglas de atildado trato y hubiese aprendido también a boxear, jamás habría sido<br />

posible la revolución de 1918, revolución hecha por rufianes, desertores y otros maleantes. Porque<br />

lo que a estos les dio el triunfo no fue el fruto de su osadía, ni de su fuerza de acción, sino más bien<br />

el resultado de la cobarde y miserable falta de entereza por parte de los que entonces dirigían el<br />

Estado y eran los responsables.<br />

Nuestro pueblo alemán, que actualmente yace en la ruina expuesto a las patadas del<br />

resto del mundo, necesita justamente aquella fuerza de sugestión que engendra la confianza<br />

en sí mismo. Este sentimiento de confianza en sí mismo, tiene que ser inculcado desde la niñez.<br />

Toda la educación y la instrucción del joven deben estribar en la tarea de cimentar la<br />

convicción de que en ningún caso él es menos que otros. Mediante su vigor físico y su agilidad,<br />

debe recobrar la fe en la invencibilidad de su raza, pues, aquello que otrora condujera al<br />

ejército alemán a la victoria, fue la suma de confianza que poseía en sí mismo cada uno de sus<br />

componentes y, a su vez, todos en el comando. Lo que ha de levantar de nuevo la pueblo<br />

alemán, es sin duda la convicción de la posibilidad de volver al goce de su libertad. Pero esta<br />

convicción no puede ser sino el resultado de un sentimiento común arraigado en el alma de<br />

millones.<br />

Tampoco en esto debemos hacernos ilusiones, porque si enorme fue en magnitud el desastre<br />

sufrido por nuestro pueblo, no menos enorme tienen que ser el esfuerzo que hagamos para que un<br />

día quede dominada la calamidad que nos aflige. Sólo gracias a un supremo esfuerzo de la voluntad<br />

nacional y sólo gracias, también, a un sumum de ansia libertaria y de pasión ardiente, ha de poderse<br />

compensar lo que hoy nos falta.<br />

*<br />

* *<br />

El Estado racista tiene que llevar a cabo y supervigilar el entrenamiento físico de la<br />

juventud, no únicamente durante los años de la vida escolar; su obligación se extiende también al<br />

periodo postescolar, en que debe velar que mientras el joven se halle en el desarrollo, ese desarrollo<br />

se efectúe en bien suyo. Es un absurdo admitir que terminado el periodo escolar cese súbitamente el<br />

derecho de supervigilancia del Estado sobre la vida de sus jóvenes ciudadanos, para volver a<br />

ponerlo en práctica cuando el individuo entra a prestar su servicio militar. Ese derecho es una<br />

obligación y como tal tiene carácter permanente.<br />

Es indiferente la forma en que el Estado prosiga esta educación. Lo esencial es que lo haga<br />

buscando los medios más convenientes. En líneas generales, esa educación podría constituir una<br />

especie de preparación previa para el servicio militar, de manera que el ejército no tenga ya<br />

necesidad, como hasta ahora, de iniciar al joven en las más elementales nociones de los ejercicios<br />

reglamentarios, y así no incorporaría ya reclutas del tipo corriente de hoy, sino que, simplemente,<br />

convertiría en soldado al conscripto ya de antemano excelentemente entrenado.<br />

El objetivo principal de la instrucción militar tendrá que ser, empero, el mismo que otrora<br />

constituyera el mayor mérito del antiguo ejército: el lograr que esa escuela haga del joven un<br />

hombre; allí no aprenderá a obedecer solamente, sino a adquirir asimismo las condiciones que lo<br />

capaciten para poder mandar un día. Deberá aprender a callar no sólo cuando se le reprenda con<br />

razón, sin también –si es necesario- en el caso inverso.<br />

Cumplido el servicio militar, dos documentos deben extendérsele: Iº) su diploma de<br />

ciudadano, como título jurídico que lo habilite para ejercer en adelante una actividad pública; 2º)<br />

su certificado de salubridad, como testimonio de sanidad corporal para el matrimonio.

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