Adolfo Hitler - Mi Lucha
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que me indujo a asumir una determinada actitud. Se me había propuesto que ingresase en la<br />
organización sindicalista. Por entonces nada conocía aún acerca de las organizaciones obreras y me<br />
habría sido imposible comprobar la utilidad o inconveniencia de su razón de ser. Cuando se me dijo<br />
que debía hacerme socio, rechacé de plano la proposición, expresando que no tenía idea de lo que se<br />
trataba y que por principio no me dejaba imponer nada.<br />
En el curso de las dos semanas siguientes alcancé a empaparme mejor del ambiente, de tal<br />
suerte que poder alguno en el mundo me hubiese compelido a ingresar en una agrupación<br />
sindicalista, sobre cuyos dirigentes había llegado a formarme entre tanto el más desfavorable<br />
concepto.<br />
A mediodía, una parte de los trabajadores acudía a las fondas de la vecindad y el resto<br />
quedaba en el solar mismo consumiendo su exigua merienda. Yo, ubicado en un aislado rincón,<br />
bebía de mi frasco de leche y comía mi ración de pan, pero sin dejar de observar cuidadosamente el<br />
ambiente o reflexionando sobre la miseria de mi suerte. <strong>Mi</strong>entras tanto, mis oídos escuchaban más<br />
de o necesario y a veces me parecía que intencionadamente aquellas gentes se aproximaban hacia<br />
mí como para inducirme a adoptar una actitud precisa. De todos modos, aquello que alcanzaba a oír<br />
bastaba para irritarme en sumo grado. Allá se negaba todo: la nación no era otra cosa que una<br />
invención de los “capitalistas”; la patria, un instrumento de la burguesía destinado a explotar a la<br />
clase obrera; la autoridad de la ley, un medio de subyugar el proletariado; la escuela, una institución<br />
para educar esclavos y también amos; la religión, un recurso para idiotizar a la masa predestinada a<br />
la explotación; la moral, signo de estúpida resignación, etc. Nada había pues, que no fuese arrojado<br />
en el lodo más inmundo.<br />
Al principio traté de callar, pero a la postre me fue imposible. Comencé a manifestar mi<br />
opinión, comencé por objetar; más, tuve que reconocer que todo sería inútil mientras yo no<br />
poseyese por lo menos un relativo conocimiento acerca de los puntos en cuestión. Y fue así como<br />
empecé a investigar en las mismas fuentes de las cuales procedía la pretendida sabiduría de los<br />
adversarios. Leía con atención libro por libro, folleto por folleto, y día tras día pude replicar a mis<br />
contradictores, informado como estaba mejor que ellos de su propia doctrina, hasta que un momento<br />
dado debió ponerse en práctica aquel recurso que ciertamente se impone con más facilidad a la<br />
razón: el terror, la violencia. Algunos de mis impugnadores me conminaron a abandonar<br />
inmediatamente el trabajo amenazándome con tirarme desde el andamio. Como me hallaba solo,<br />
consideré inútil toda resistencia y opté por retirarme.<br />
¡Que penosa impresión dominó mi espíritu al contemplar cierto día las inacabables<br />
columnas de una manifestación proletaria en Viena! Me detuve casi dos horas observando pasmado<br />
aquel enorme dragón humano que se arrastraba pesadamente. Lleno de desaliento regresé a casa. En<br />
el trayecto vi en una cigarrería el diario “Arbeiterzeitung” órgano central de la antigua democracia<br />
austríaca. En un café popular, barato, que solía frecuentar con el fin de leer periódicos, encontraba<br />
también esa miserable hoja, pero sin que jamás hubiera podido resolverme a dedicarle más de dos<br />
minutos, pues, su contenido obraba en mi ánimo como si fuese vitriolo. Aquel día, bajo la depresión<br />
que me había causado la manifestación que acababa de ver, un impulso interior me indujo a<br />
comprar el periódico, para leerlo esta vez minuciosamente. Por la noche me apliqué a ello,<br />
sobreponiéndome a los ímpetus de cólera que me provocaba aquella solución concentrada de<br />
mentiras.<br />
A través de la prensa socialdemócrata diaria, pude, pues, estudiar mejor que en la literatura<br />
teórica el verdadero carácter de esas ideas. ¡Que contraste!¡Por una parte las rimbombantes frases<br />
de libertad, belleza y dignidad, expuestas en esa literatura locuaz, de moral humana hipócrita,<br />
reflejando trabajosamente una honda sabiduría –todo esto escrito con profética seguridad- y por el<br />
otro lado, la prensa diaria, brutal, capaz de toda villanía y de una virtuosidad única en el arte de<br />
mentir en pro de la doctrina salvadora de la nueva humanidad! Lo primero destinado a los necios de<br />
las “esferas intelectuales” medias y superiores y lo segundo –la prensa- para la masa.