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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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El orador tiene en el auditorio al cual se dirige un punto permanente de referencia, siempre<br />

que sepa leer en la expresión de sus oyentes hasta qué punto estos son capaces de seguirle y<br />

comprender sus ideas y que sepa ver también si la impresión y el efecto producido por sus palabras,<br />

conducen al propósito deseado. El escritor, en cambio, nada sabe de sus lectores. En consecuencia,<br />

no podrá concentrarse a un determinado público situado al alcance de sus ojos, sino que deberá dar<br />

a sus exposiciones un carácter general.<br />

Un impreso de tendencia determinada será leído en la mayoría de los casos únicamente por<br />

gentes que ya se cuentan entre los adeptos de esa corriente. Un volante o un anuncio puede quizás,<br />

debido a su concisión, contar con la posibilidad de atraer pasajeramente la atención de una persona<br />

que piensa de modo diferente. Mejores perspectivas de éxito tiene en este orden la propaganda<br />

gráfica en todas sus formas incluso el film. Un gráfico proporciona en tiempo mucho más corto,<br />

quisiera decir casi de golpe, una explicación que por escrito se obtendría sólo después de penosa<br />

lectura.<br />

El orador se dejará influenciar siempre por la masa, de modo que, instintivamente, fluyen de<br />

sus labios justamente aquellas palabras que él necesita para tocar el alma de sus oyentes. Si ve que<br />

no le comprenden, formulará sus conceptos en formas tan primitivas y claras que indudablemente el<br />

último de todos ha de entenderle; si se percata de que no son capaces de seguirle, entonces<br />

desarrollará sus ideas tan cuidadosa y lentamente que el más supino de entre ellos no quedará en<br />

zaga; y si, finalmente, nota que sus oyentes no parecen hallarse convencidos de la veracidad de lo<br />

expuesto, optará por repetir lo mismo cuantas veces sea necesario, siempre en forma de nuevos<br />

ejemplos, refutando el mismo las objeciones que, sin serle manifestadas, capta él en el seno del<br />

auditorio, replicándolas y desmenuzándolas hasta que en definitiva, el último sector de oposición<br />

revele, a través de su actitud y de la expresión de los que lo forman, que ha capitulado ante la lógica<br />

argumentación del orador.<br />

Además no es raro que se trate de destruir en las gentes prejuicios que no tienen arraigo en<br />

su intelecto, sino que inconscientemente están basados únicamente en el instinto. Vencer esa barrera<br />

de animadversión instintiva, de odio apasionado y de repulsión preconcebida, es mil veces más<br />

difícil que rectificar una opinión científica deficiente o errónea. Las concepciones falsas y la<br />

deficiente instrucción, son susceptibles de corregirse mediante la enseñanza; en cambio jamás se<br />

rectificarán por el mismo medio, las resistencias del sentimiento. Sólo una llamada a esas fuerzas<br />

misteriosas, es capaz de obrar sobre estas resistencias. Muy difícilmente puede lograrlo el escritor,<br />

pues quizás sea este poder, privilegio exclusivo del orador.<br />

Lo que al marxismo le dio el asombroso poder sobre las muchedumbres, no fue de ningún<br />

modo la obra escrita, de carácter judío, sino más bien la enorme avalancha de propaganda oratoria<br />

que, en el transcurso de los años, se apoderó de las masas. Entre cien mil obreros alemanes no hay,<br />

por término medio, cien que conozcan la obra de Marx, obra que desde un principio fue estudiada<br />

mil veces más por los intelectuales y ante todo por los judíos que por los verdaderos adeptos del<br />

marxismo situados en las vastas esferas inferiores del pueblo; ya que tampoco esta obra fue escrita<br />

para la masa, sino exclusivamente para los dirigentes intelectuales de la máquina judía de conquista<br />

mundial, máquina que se cebó luego con un combustible muy diferente: la prensa. Esto es lo que<br />

distingue a la prensa marxista de nuestra prensa burguesa. La prensa marxista está escrita por<br />

agitadores, en tanto que la burguesía, aun queriendo hacer también agitación se sirve sólo de<br />

“plumíferos”.<br />

Corresponde plenamente a la falta de sentido práctico de la mentalidad alemana, la creencia<br />

de que lógicamente el escritor tiene que ser de inteligencia superior al orador.<br />

Tal criterio resulta graciosamente ilustrado por el comentario de un periódico nacionalista, al<br />

decir que a menudo decepciones ver publicado el discurso de un orador notable. Esto me recuerda<br />

una crítica análoga que conocí durante la guerra. Se analizaba minuciosamente los discursos de

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