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Adolfo Hitler - Mi Lucha

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La explicación más sencilla y por lo mismo la mayormente difundida consiste en afirmar<br />

que la guerra perdida constituye la razón de toda la desgracia reinante.<br />

Frente a esta aseveración se debe establecer lo siguiente:<br />

Si bien es cierto que el haber perdido la guerra fue de terrible trascendencia para el futuro de<br />

nuestra patria, ese hecho por sí solo no es una causa, sin a su vez la consecuencia de una serie de<br />

causas.<br />

Que el desgraciado fin de esa lucha sangrienta debió conducir a resultados desastrosos, era<br />

cosa perfectamente clara para todo espíritu perspicaz y exento de malevolencia. Lamentablemente<br />

hubieron hombres a quienes pareció faltarles esa perspicacia en el momento dado y otros que,<br />

contrariando su propia convicción, pusieron esta verdad en duda y la negaron. Estos últimos fueron<br />

en su mayoría aquellos que al ver cumplido su secreto anhelo debieron darse cuenta bruscamente de<br />

que ellos mismos habían contribuido a aquello que en aquel momento era la catástrofe. Ellos pues y<br />

no la perdida guerra son los culpables del desastre. En efecto, el haber perdido la guerra no fue más<br />

que el resultado de los manejos de aquellas gentes y no, como quieren afirmar ahora, la<br />

consecuencia de un comando “deficiente”. Tampoco el ejército enemigo estaba compuesto de<br />

cobardes; el adversario sabía también morir heroicamente. En número, fue superior al ejército<br />

alemán desde el primer día de la guerra y para su pertrechamiento técnico, tenía a su disposición los<br />

arsenales del orbe entero. Por consiguiente, es innegable el hecho de que las victorias alemanas<br />

obtenidas en el curso de cuatro años de lucha contra todo un mundo, se debieron, aparte del espíritu<br />

heroico y de la portentosa organización del ejército alemán, exclusivamente a la probada capacidad<br />

de los jefes directores. Lo formidable de la organización y del comando del ejército alemán no tiene<br />

precedentes en la Historia.<br />

El que este ejército sufriera un desastre no fue la causa de nuestra actual desgracia.<br />

¿O es que las guerras perdidas deben ocasionar fatalmente la ruina de los pueblos que las<br />

pierden?<br />

Brevemente se podría responder que esto es posible siempre que la derrota militar testifique<br />

la corrupción moral de un pueblo, su cobardía, su falta de carácter, en fin, su condición de<br />

indignidad. No siendo así, la derrota militar impulsará más bien a un futuro de mayor resurgimiento,<br />

en lugar de ser la lápida de la existencia nacional.<br />

Numerosos son los ejemplos que la Historia ofrece confirmando la verdad de este aserto.<br />

La derrota militar del pueblo alemán no fue sensiblemente una catástrofe inmerecida, sino la<br />

realidad de un castigo justificado por la ley de la eterna compensación. ¿Acaso no se hicieron en<br />

muchos círculos, en forma desvergonzada, manifestaciones de regocijo por la desgracia de la<br />

patria? ¿Y no es cierto también que hubo gente que hasta se preció de haber logrado que el ejército<br />

combatiente se doblegase? Para colmo de todo, hubo quien llegó a atribuirse a sí mismo la<br />

culpabilidad de la guerra, contrariando su propia convicción y su mejor conocimiento de causa.<br />

¡No, rotundamente no! La manera cómo el pueblo alemán recibió su derrota, permite juzgar<br />

muy claramente que la verdadera causa de nuestro desastre radicaba en otro estado de cosas y no en<br />

la pérdida netamente militar de algunas posiciones o el fracaso de una ofensiva; porque si realmente<br />

el ejército combatiente hubiese cedido y hubiese ocasionado con esto la desgracia de la patria, el<br />

pueblo alemán habría recibido la derrota de modo muy diferente. Entonces el infortunio que vino lo<br />

habríamos soportado apretando los dientes, o bien quejándonos dominados por el dolor. El furor y<br />

cólera habrían llenado los corazones contra el adversario convertido en vencedor por el azar de la<br />

suerte o por la voluntad del Destino. En tales circunstancias no se habría reído ni bailado; nadie se

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