Adolfo Hitler - Mi Lucha
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habitantes, sino aquel otro flojo y corrompido, de los más detestables barrios del Oeste. ¡Pero<br />
su odio no iba contra aquel mundo malsano; su objetivo era la ciudad “prusiana”!. ¡Aquello<br />
eral realmente desesperante!<br />
Lentamente se inició un cambio en este estado de cosas. Es evidente que ya en el invierno de<br />
1918-19, comenzó a dejarse sentir un algo colectivo que podía interpretarse como antisemitismo.<br />
Más tarde, gracias al impulso del movimiento nacionalsocialista, se abordó el problema judío de<br />
manera activa, ante todo, porque sacando este problema de la esfera limitada de círculos burgueses,<br />
se supo hacer de él, el motivo propulsor de un gran movimiento popular. Pero tan pronto como esto<br />
fue posible, el judío empezó a organizar su defensa. Volvió a recurrir a su vieja táctica. Con<br />
asombrosa celeridad, lanzó en el seno mismo del movimiento la chispa de la discordia y sembró así,<br />
el germen de la desunión. La única posibilidad de embargar la atención pública con otros problemas<br />
y detener el ataque concentrado contra el judaísmo, residía –dada la situación reinante- en promover<br />
la cuestión del ultramontanismo y provocar, de esta suerte, la consabida lucha entre el<br />
catolicismo y el protestantismo. Jamás podrán reparar el daño causado aquellos hombres que<br />
agitaron esta cuestión en el seno del pueblo alemán. En todo caso, el judío alcanzó el objetivo<br />
deseado: católicos y protestantes habían entrado en reñida controversia y el enemigo mortal del<br />
mundo ario y de la cristiandad toda, se reía ante sus mismas narices.<br />
Considérese cuán funestas son las consecuencias que a diario trae consigo la bastardización<br />
judaica de nuestro pueblo y reflexiónese también de que este envenenamiento de nuestra sangre,<br />
sólo al cabo de siglos –o tal vez jamás- podrá ser eliminado del organismo nacional. <strong>Mi</strong>llares de<br />
nuestros conciudadanos pasan como ciegos ante el hecho del emponzoñamiento de nuestra raza,<br />
practicado sistemáticamente por el judío. Y las dos iglesias cristianas, -la católica y la protestantese<br />
muestran ambas indiferentes frente a esta profanación y destrucción. Para el futuro de la<br />
humanidad, no radica la importancia del problema en el triunfo de los protestantes sobre los<br />
católicos, o de los católicos sobre los protestantes, sino en saber si la raza aria subsistirá o<br />
desaparecerá.<br />
La situación de la iglesia en Alemania, no permite comparación alguna con Francia, España<br />
o Italia. En todos estos países se puede propagar, por ejemplo, la lucha contra el clericalismo o<br />
contra el ultramontanismo, sin correr el riesgo de que tal empeño resulte una disociación en el seno<br />
del pueblo francés, del español o del italiano. Cosa semejante, sería imposible en Alemania, porque<br />
seguramente los protestantes no tardarían en inmiscuirse en la lucha. Una crítica que en otros países<br />
sería sustentada exclusivamente por los católicos frente a las intromisiones de índole política<br />
cometidas por los dignatarios de su propia iglesia, en Alemania asumiría de hecho el carácter de una<br />
agresión del protestantismo contra el catolicismo. Así se explica que se pudiese soportar toda<br />
crítica, aunque fuese injusta, con tal de que viniera de sus propios feligreses, en tanto que se<br />
rechazara de plano en cuanto procediera de otro sector religioso.<br />
Aquellos que, en el año de 1924, creyeron que la lucha contra el “ultramontanismo”<br />
constituía el supremo cometido del movimiento nacionalracista, no han destruido el<br />
ultramontanismo, pero sí han roto la unidad de la causa nacionalracista. También debo oponerme a<br />
admitir que en las filas de nuestro movimiento haya algún ingenio que suponga poder realizar lo<br />
que el mismo Bismarck no pudo. Será siempre el más alto deber de los dirigentes del<br />
nacionalsocialismo, combatir enérgicamente todo intento que tienda a poner el movimiento<br />
nacionalsocialista al servicio de aquellas luchas y separar ipso facto de nuestras filas a los<br />
propagandistas de propósitos semejantes. El más ferviente protestante puede alinearse al lado<br />
del más ferviente católico, sin que jamás surjan para él problemas de conciencia por su convicción<br />
religiosa. Por el contrario, la gigantesca lucha común que sostenían ambos contra el destructor del<br />
mundo ario les ha enseñado el respeto y la estimación mutuos. Y fue, precisamente en aquellos<br />
años, cuando el movimiento realizó una tenaz oposición contra el partido del Centro (partido<br />
Católico), no por motivos religiosos, sino exclusivamente por razones de índole nacional, racial y<br />
económica.