la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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José#María#Álvarez#<br />
Y así fue como nos dirigimos a <strong>la</strong> ciudad de Oro.<br />
En el vuelo procuré entab<strong>la</strong>r amistad con <strong>la</strong> pareja de profesores que iban a cargo del<br />
grupo y, aprovechando mi posición –pues sobre todo el profesor, que lo era de Literatura, se<br />
consideró muy dichoso de amigar con un escritor- no me fue difícil unirme a vosotros. Mi<br />
experiencia de <strong>la</strong> ciudad, por añadidura, me otorgaba una incuestionable ventaja para dictar el<br />
itinerario del rebaño y disponerlo de tal forma que te dejase a ti, monstruo mío, en libertad de<br />
hacerme feliz.<br />
Llegamos en un vuelo a media tarde. Ya el aeropuerto te dio <strong>la</strong> imagen de lo que ibas a<br />
encontrar: era un caos, y era facilísimo bur<strong>la</strong>r cualquier control y más fácil aún sobornarlo.<br />
Estaba deteriorado, sucio, lo que indicaba que aquel<strong>la</strong> gente tenía cosas mejores que hacer que<br />
perder el tiempo sacando brillo a esas lutermas y otros materiales de dudosa reputación con que<br />
pretende sorprender al turista el provincianismo moderno. Ya de entrada conseguir un taxi te<br />
demostró sobradamente que ibas hacia un mundo magnífico: el taxi no tenía precio; dependía<br />
(toda <strong>la</strong> ciudad –te dije- practica ese aleccionador sistema que tanto estimu<strong>la</strong> <strong>la</strong> inteligencia, <strong>la</strong><br />
imaginación y el aprender a vivir) de una <strong>la</strong>rga conversación con el propietario de un Buick<br />
antiquísimo y hecho pedazos, mediante <strong>la</strong> cual dos inteligencias despiertas discurrían <strong>la</strong> forma<br />
de sacar cada una el mayor beneficio posible. Cuando por fin logramos llegar a un acuerdo,<br />
creo que bueno para <strong>la</strong>s dos partes, aquel taxista habló con otros energúmenos de <strong>la</strong> misma fi<strong>la</strong>,<br />
y nuestra caravana se puso en marcha.<br />
Conforme íbamos acercándonos a <strong>la</strong> ciudad, algo en el aire fue espesándose. Olía a<br />
marisco. A algas. Un viejo olor que yo muy bien reconocía. Y de pronto, por el parabrisas,<br />
Istanbul. Estaba ya poniéndose el sol y era como polvo de oro suspendido sobre una estampa de<br />
inefable belleza. Al atravesar el Puente de Gá<strong>la</strong>ta hacia Tepebasi, miré hacia atrás. El<br />
espectáculo más bello del mundo estaba teniendo lugar. Le dije al taxista que parase y te mostré<br />
–y tus ojos se abrieron asombrados, atónitos- el crepúsculo sobre <strong>la</strong> ciudad. Allí estaban,<br />
destacándose en el oro, y oro el<strong>la</strong>s mismas, <strong>la</strong>s siluetas de Aya Sofia, <strong>la</strong> Suleymaniya, <strong>la</strong><br />
Mezquita Azul, <strong>la</strong> Yeni Cami, <strong>la</strong> Nuru-Osmaniye, <strong>la</strong> de Rusten-Pacha, el esplendor del<br />
Topkapi… el Cuerno del Oro. El tráfico estupefaciente del puente, el vaho como cristales<br />
hirviendo que emanaba de aquel<strong>la</strong>s calles. Istanbul. ¡Dios, era tan hermoso! Yo sentí que aquel<strong>la</strong><br />
contemp<strong>la</strong>ción que por fin compartía contigo, que aquel<strong>la</strong> ciudad, era todo cuanto deseaba.<br />
Que se me entregaba <strong>la</strong> felicidad y que iba a poseer<strong>la</strong>.<br />
Mientras el grupo se insta<strong>la</strong>ba en el hotel, nosotros p<strong>la</strong>neamos vernos para cenar (tú con<br />
tus compañeras, yo en <strong>la</strong> mesa de profesores) y que después, cuando se hubiesen retirado, te<br />
recogería para dar una vuelta por <strong>la</strong> ciudad.<br />
Estábamos en el Etap, muy céntrico: así que salimos haciendo un pequeño recorrido por<br />
<strong>la</strong>s calles cercanas al hotel, llenas de tabernas, y luego bajando hacia el puente nos encaminamos<br />
a <strong>la</strong> Torre de Gá<strong>la</strong>ta. Te sentías muy excitada, como si tu cuerpo recogiese <strong>la</strong>s vibraciones de<br />
aquel<strong>la</strong>s multitudes creo que dichosas, de aquel<strong>la</strong>s piedras cargadas de horror y esplendor.<br />
Subimos a <strong>la</strong> Torre. Estaba acabando un espectáculo inconcebible de los prefabricados por los<br />
turcos, con bai<strong>la</strong>rinas españo<strong>la</strong>s, para sacarle el dinero a los turistas. Y salimos al balconcillo<br />
que <strong>la</strong> circunda. La ciudad se extendía ante nosotros, inmensa, con olor a humanidad, en <strong>la</strong><br />
serenidad de <strong>la</strong> noche, bellísima en <strong>la</strong> luz de una Luna de marfil. Istanbul era como una puta<br />
sabia que trataba de excitarnos con <strong>la</strong>s mismas artes que habían hechizado desde su origen a<br />
todas <strong>la</strong>s razas, a todos los pueblos.<br />
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