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la esclava instruida - José María Álvarez

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José#María#Álvarez#<br />

tomábamos unas copas y escuchábamos El rapto en el serrallo, y con tu cabeza reposando, como te<br />

gustaba tanto, en mis piernas (y yo te acariciaba el pelo, <strong>la</strong> frente, los ojos, los <strong>la</strong>bios…), me<br />

dijiste:<br />

-El p<strong>la</strong>cer no es algo natural.<br />

Habías entendido. Debías de haber dicho el erotismo, <strong>la</strong>s grandes pasiones de los<br />

grandes amantes. Pero da igual. Habías entendido. Lo natural es <strong>la</strong> reproducción, y ese p<strong>la</strong>cer<br />

que <strong>la</strong> acompaña, generoso, suficiente para <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong> gente. Pero <strong>la</strong> sexualidad refinada,<br />

el p<strong>la</strong>cer concebido como Arte, <strong>la</strong> locura de los sentidos, <strong>la</strong> adoración del encantamiento, de <strong>la</strong><br />

seducción, eso es fruto del perfeccionamiento, de <strong>la</strong> altura de vuelo de algunos seres.<br />

Hay otro recuerdo de nuestras tardes que muchas veces vuelve a mí, en el que me<br />

comp<strong>la</strong>zco. Porque en él estás tú de tal forma… y además fue uno de aquellos momentos en que<br />

te contemp<strong>la</strong>ba tan arrebatadora que hubiera podido huir contigo al fin del mundo. Estábamos<br />

acostados. Nos habíamos amado. Entonces dijiste:<br />

-Las mujeres cuidan a esos feroces enfermos que regresan de climas malsanos.<br />

It is me dije (si tú citabas a Rimbaud yo podía hacerlo con Shelley), the wandering voice of<br />

Orpheus lyre.<br />

¡Qué más puede uno pedir a <strong>la</strong> vida que una criatura de tan excepcional belleza como<br />

tú y entregada hasta el tuétano, y que además cita a Rimbaud, <strong>la</strong> frase justa en el instante justo!<br />

Y creí escuchar mi propio corazón como esas campanadas lejanas y estremecedoras que se<br />

escuchan de pronto en medio de alguna ópera.<br />

-Tu sexualidad –me dijiste un día- es como <strong>la</strong> figura del dandy: <strong>la</strong> encarnación de <strong>la</strong><br />

rebelión del gusto, <strong>la</strong> negación del igualitarismo, <strong>la</strong> defensa del refinamiento y <strong>la</strong> consagración<br />

del p<strong>la</strong>cer como Belleza. Como luz de <strong>la</strong> inteligencia y de <strong>la</strong> sensibilidad. Y eso es lo que jamás<br />

podré agradecerte bastante: que me lo hayas hecho ver, que me lo hayas enseñado, que me<br />

hayas hecho a mí sentir en mi carne ese fuego.<br />

Creo que es de <strong>la</strong>s cosas más hermosas que me han dicho en mi vida. Y sí, es cierto.<br />

Pero yo no hubiera podido reve<strong>la</strong>rte ese fuego que tú dices, si no hubiese estado ya ardiendo en<br />

ti. Es el fuego que me deslumbró ya aquel día cuando te vi saliendo de <strong>la</strong> piscina. Y el fulgor que<br />

en todos estos años no ha cesado de prender en mi carne, en mi alma, en todo lo que soy. Si yo<br />

te he enseñado mucho es porque estabas dispuesta a aprender mucho. Tu inteligencia era tan<br />

limpia como <strong>la</strong> de P<strong>la</strong>. Yo podía leerte a Juan de <strong>la</strong> Cruz, o a Quevedo o a Góngora; podía<br />

decirte: esto está ahí. Pero jamás hubiera podido crear ese escalofrío que te recorría cuando<br />

escuchabas:<br />

<strong>la</strong> música cal<strong>la</strong>da,<br />

<strong>la</strong> soledad sonora,<br />

<strong>la</strong> cena que recrea y enamora,<br />

o “serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”, o “Si entre<br />

aquel<strong>la</strong>s ruinas y despojos…”.<br />

Yo podía decirte: Mira esta reproducción de El estudioso leyendo, o esta Infanta Margarita,<br />

o esta te<strong>la</strong> de Guardi, pero jamás hubiera podido infundirle a tu piel ese temblor, esa emoción<br />

que te sobrecogía ante Rembrandt. O ante escenas de algunas pelícu<strong>la</strong>s (y que eran<br />

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