la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
Y saliste. Alejandro Magno no llegó tan lejos.<br />
Querida, ya eras indestructible.<br />
Ya sabías que el sexo, mera l<strong>la</strong>mada de <strong>la</strong> especie, es algo ciego que vive en <strong>la</strong> carne, y<br />
que los gozos de <strong>la</strong> inteligencia y del deseo decantado bien pudieran haber sido sos<strong>la</strong>yados,<br />
como toda cultura, en <strong>la</strong> marcha de <strong>la</strong> humanidad; pero que el erotismo es lo que constituye <strong>la</strong><br />
Civilización. Habías hecho tuya <strong>la</strong> lucidez de aquel<strong>la</strong> frase de Jung: “El hombre de hoy que<br />
responde al ideal de moralidad colectiva ha convertido su corazón en una cueva de asesinos…”.<br />
Habías escuchado el “chasquido de p<strong>la</strong>ta” del arco de Apolo iracundo. Ya eras dueña del<br />
inmenso poder de tu carne. Yo, por mi parte, supe muchas cosas. La primera, sin duda alguna,<br />
que tú eras mucho más puta que yo. Que jamás lograría saber qué hubo en tu corazón y mucho<br />
menos en tus sueños. Que probablemente no hace falta en absoluto desve<strong>la</strong>r ni uno ni otro<br />
arcano. Que, si no hubiera refrenado los deseos de mi alma, bien hubiésemos podido morir<br />
juntos como Petronio con su Eunice. Que <strong>la</strong> célebre, aunque inexacta cita, “Detente, eres tan<br />
bel<strong>la</strong>”, es verdaderamente definitiva. Que aceptar que alguna vez desaparezcas de mi vida es,<br />
como <strong>la</strong> aceptación del deterioro de mi propio cuerpo, muy tajante: o pegarme un tiro o tratar<br />
de reconocer día tras día ese rostro que aparece en mi espejo. Que, después de todo, así es <strong>la</strong><br />
vida. Que, desde luego, como asegura Montaigne l´indocile liberté, <strong>la</strong> rebelión y autonomía de este<br />
viejo compañero que anida entre mis piernas es, como decía Monet de <strong>la</strong> luz, el principal<br />
personaje del cuadro. Y que de todas formas bien está al fin y al cabo una especie que desde <strong>la</strong>s<br />
más repugnantes tinieb<strong>la</strong>s de <strong>la</strong>s ciénagas llega algo como lo que indica el retrato que de<br />
Burckhardt hiciera <strong>la</strong> mejor cabeza en español del siglo XX: “Bril<strong>la</strong>nte en <strong>la</strong> metáfora, agudo en<br />
<strong>la</strong> ironía, el sarcasmo y el desdén. Sin perdón para <strong>la</strong> humana locura, pero reverente con el<br />
dolor histórico. Sutilísimo en <strong>la</strong> apreciación literaria, sabiendo disimu<strong>la</strong>rlo con negligencia o<br />
como sin darle importancia”. Y así, con el alma en paz, te recuerdo y te adoro, más allá de <strong>la</strong>s<br />
leyes de los hombres y de <strong>la</strong>s ambiciones judeo-cristianas, adoro tu coño como mi único Dios,<br />
mientras alrededor de esa pasión el mundo sigue derrumbándose tosca, miserablemente. Y<br />
continúo mi vivir, consintiendo en mi vivir, con un silencio de hielo en el alma y algo en los ojos,<br />
supongo, como perdido, como música.<br />
A lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> vida de alguien como yo, <strong>la</strong> memoria de aquel<strong>la</strong>s mujeres que ha podido<br />
desear y <strong>la</strong>s que ha podido gozar, son como estatuas de asombrosa belleza y símbolos de<br />
refinada cultura que fueran alumbrando su camino. Tú eres <strong>la</strong> más bel<strong>la</strong>, <strong>la</strong> más<br />
resp<strong>la</strong>ndeciente, aquel<strong>la</strong> contra <strong>la</strong> que nada podrá el Tiempo, <strong>la</strong> única que mis manos han<br />
cince<strong>la</strong>do, equilibrando y refinando <strong>la</strong> nobleza y <strong>la</strong> fuerza de su mármol. Al final creo que <strong>la</strong><br />
última mirada sobre esa vereda f<strong>la</strong>nqueada de gloria tendría todo el derecho a invocar como<br />
Mero <strong>la</strong> Bizantina en su ofrenda a <strong>la</strong>s Hamadríades: “Celebrad al que os consagra estas<br />
estatuas”.<br />
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