la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
José#María#Álvarez#<br />
semanas, tras el cual no sabía qué iba a encontrarme. Había sido, era, una tensión que resultaba<br />
imposible de sostener, de seguir afrontando. Decidí que iba a cortar de un tajo <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción.<br />
Dolería, sí, pero se pasaría. Lo que no podía seguir aguantando era aquel<strong>la</strong> zozobra, aquel<strong>la</strong><br />
angustia, aquel<strong>la</strong> desesperación.<br />
Sonó el timbre. Me dirigí a <strong>la</strong> puerta, decidido: no volveríamos a vernos. Y entonces, al<br />
abrir, allí estabas tú. Más hermosa que nunca. Con tus fascinantes ojos c<strong>la</strong>vados en mí, el pelo<br />
desordenado y caído a los <strong>la</strong>dos como escaro<strong>la</strong>, los <strong>la</strong>bios bril<strong>la</strong>ntes y enfebrecidos. Más bel<strong>la</strong><br />
que nunca, más cautivadora. Los libros bajo el brazo te daban un aspecto de esco<strong>la</strong>r traviesa<br />
irresistible.<br />
-Pasa –te dije. Mi tono era serio, conmovido.<br />
Entraste. Te detuviste ante mí. Me miraste a los ojos. Sonreías como un ángel:<br />
-Te quiero.<br />
No dijiste más que eso. Pero en un segundo todas mis tinieb<strong>la</strong>s desaparecieron, todas<br />
mis incertidumbres, toda mi ansiedad. Dios, es verdad: me quiere. El universo estaba en orden y<br />
resp<strong>la</strong>ndecía. Te estreché entre mis brazos y te besé. Te apretaste contra mí con un calor como<br />
nunca lo había sentido.<br />
-Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero… -repetías hundiendo tu boca en mi cuello.<br />
Besándonos, caímos en <strong>la</strong> cama. No podíamos hab<strong>la</strong>r. Nos mirábamos a los ojos<br />
mientras nos acariciábamos, profunda, lentamente. Nuestras manos iban desnudándonos<br />
mientras nosotros seguíamos mirándonos, fundiéndonos. Tu carne ardía. Apreté tus pechos, sin<br />
dejar de mirarnos, y tú acariciabas mi vientre y mi sexo, y mis muslos, y mi espalda. Acerqué mi<br />
mano a tu coño.<br />
-No me toques. Espera. Estoy chorreando. Me voy a correr si me tocas. Espera.<br />
Era verdad. Te besé y hundí mi mano en aquel mundo húmedo, rebosante de gozo.<br />
Apretaste mi mano con tus muslos y sumiste tu cabeza en mi pecho. Suspiraste hondamente:<br />
-Dios… Dios… Oh, oh, oh… -y sentí que mi mano se encharcaba. Te estabas<br />
corriendo. Era un orgasmo como si viniese de una luz anterior a <strong>la</strong> Creación, que te anonadaba;<br />
<strong>la</strong>rgo, <strong>la</strong>rgo, denso, brutal. Sentí tus uñas que se c<strong>la</strong>vaban en mi carne.<br />
-Te quiero –te dije. Y abriendo tus muslos, hundí en ti mi pol<strong>la</strong> que parecía quemarme.<br />
-Que caliente <strong>la</strong> noto –dijiste, estremeciéndote-, qué caliente y qué gorda.<br />
Fue el polvo más breve de nuestra vida, pero acaso uno de los más intensos. Apenas me<br />
moví dentro de ti, cuando volviste a correrte y yo contigo. Y nos quedamos sumidos en un sopor<br />
maravilloso, como más allá de este mundo, uno encima del otro, abrazados y respirando<br />
profundamente. Notaba mi propio corazón y los <strong>la</strong>tidos del tuyo.<br />
-Nunca más –me dijiste-. Nunca más.<br />
-Nunca más –te dije yo.<br />
-Tengamos que vernos como tengamos que vernos. Pero nunca más.<br />
# 69#