la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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La#Esc<strong>la</strong>va#Instruida#<br />
sueños muy profundos, muy grabados en nuestras carnes, seguramente desde <strong>la</strong>s cavernas. Pero<br />
que están ahí. Que están ahí. Habíamos sentido su <strong>la</strong>tigazo en nuestra carne, su viento salvaje y<br />
exultante.<br />
En tu última carta me cuentas <strong>la</strong> visita que has hecho a New York. Ya te dije que te<br />
gustaría mucho. Me hab<strong>la</strong>bas del pa<strong>la</strong>cete de Frik y cómo te emocionó <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de ese<br />
Felipe IV que allí está colgado. No te equivocas: quizá jamás Velázquez fue tan gran colorista,<br />
ni siquiera en el sobrecogedor retrato del Papa Inocencio X que está en <strong>la</strong> galería de los Doria<br />
en Roma.<br />
Me dices algo que me parece una de <strong>la</strong>s mejores impresiones que he escuchado nunca<br />
sobre Velázquez: “Jamás humil<strong>la</strong> <strong>la</strong> devoción de sus amantes”. A mí, ya lo sabes, es el pintor<br />
que más me conmueve. He seguido sus cuadros por todo el mundo. Sí, ese extraño destino –<br />
pero por qué más extraño que otros sueños-, pintar, se convierte por su mano en un adorno del<br />
mundo tan natural como <strong>la</strong> lluvia o el mar, y con el mismo encanto. Y como <strong>la</strong> Naturaleza se<br />
ofrece: sin dibujo: Color, Indiferencia y Luz.<br />
En pocos años, y casi menos te<strong>la</strong>s, eclipsará <strong>la</strong>s más nobles que constituyen nuestro<br />
legado. Dos pince<strong>la</strong>das, a veces simples manchas, convierten en antiguo a Rafael, a los más<br />
arduos florentinos, a <strong>la</strong> gloria de Venezia. Algunos cuadros imperecederos y misteriosos. Porque<br />
pasa tan alto de cualquier herencia que parece inventar <strong>la</strong> Pintura; como esos manantiales que<br />
de pronto afloran y se pierden de nuevo, no dejará sino el asombro.<br />
Se ha dicho que no se sintió excesivamente interesado por su oficio, que lo suyo era<br />
alcanzar posición. Puede ser, todo hombre inteligente <strong>la</strong> desea y procura por aquellos medios<br />
que más suyos entiende. Además, su tiempo, más sabio, no sacó de quicio <strong>la</strong>s Artes. Pero aún en<br />
esos límites, Velázquez sabe muy bien qué quiere pintar, cómo pintarlo; qué historia es <strong>la</strong> que<br />
deja. Creo que son los colores del Destino de España; los colores con que sus mejores hijos han<br />
contemp<strong>la</strong>do su suerte. Te apunto otra astucia: sabía que tampoco se debe contar hasta el final,<br />
que otros ojos modificarán, acaso con justicia, los nuestros. Él es como Cervantes, como<br />
Shakespeare: <strong>la</strong> misma tolerancia, <strong>la</strong> misma inteligencia, semejante amor y piedad. Fijará para<br />
siempre el rostro he<strong>la</strong>do de España. Y no a<strong>la</strong>rdeará de inútiles apercibimientos, ni engañará con<br />
aviesas ilusiones; ni del pasado ni del futuro aguarda; sabe que España es un error doloroso y<br />
que no cabe mejor ventura que vivir<strong>la</strong> en uno de esos extraños pasajes que preceden al ritual<br />
acuchil<strong>la</strong>miento de sus pueblos. Se detendrán en quienes, pese a tal sino, son <strong>la</strong> sal de <strong>la</strong> tierra:<br />
los artistas –Quevedo, Góngora, él mismo-, los ilustrados –un buen Rey, un digno Válido, <strong>la</strong><br />
noble Casa- y los locos, esas máscaras trágicas: don Sebastián de Morra, el Niño de Vallecas…<br />
Y los fijará además en el instante en que estos deso<strong>la</strong>dos espejos están encarnando el más<br />
tremendo filo del Hombre Moderno.<br />
Son rostros que sigue durante años –desde el suyo (que ce<strong>la</strong>rá) al de su Rey-. Los ha<br />
visto envejecer, los ha visto recibir un Destino que no podrán cumplir, los ha despedido hacia<br />
batal<strong>la</strong>s que aún serían gloriosas, y que también pintará, pero que son ya <strong>la</strong>s victorias de un<br />
ejército y unas enseñas humil<strong>la</strong>das. Ha seguido los rostros y gestos que gobernaron esa<br />
decadencia, y los ha amado. España y lo que de el<strong>la</strong> mereció sobrevivir: <strong>la</strong> Corona, los bufones y<br />
el pintor. Y a todos los citará en Las Meninas, como un brindis de despedida: sin afectación,<br />
naturalmente elegantes.<br />
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