la esclava instruida - José MarÃa Ãlvarez
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José#María#Álvarez#<br />
Había yo dejado el paquetito debajo de <strong>la</strong> cama. Me di <strong>la</strong> vuelta –delicioso instante que<br />
tú aprovechaste para morderme el culo- y saqué el paquetito. Las torrijas habían empringado el<br />
papel y el cartoncito. Me chupé los dedos.<br />
-Están exquisitas.<br />
Me tomaste <strong>la</strong> mano y chupaste mis dedos. Te re<strong>la</strong>miste.<br />
-¡Qué buena! –exc<strong>la</strong>maste, y tu cara resp<strong>la</strong>ndecía de dicha.<br />
Nos sentamos en <strong>la</strong> cama y empezamos a comernos <strong>la</strong>s torrijas. La visión de tu aire<br />
glotón y radiante, me excitó.<br />
-Ven –te dije-. Túmbate.<br />
Te recostaste mientras seguías devorando <strong>la</strong> torrija; migas pegajosas y miel se pegaban<br />
en tu mentón. Volviste a re<strong>la</strong>merte. Te besé. Nuestras lenguas se enroscaron mezc<strong>la</strong>das con el<br />
sabor dulce de <strong>la</strong> torrija. Bajé besándote todo el cuerpo, tu piel sabrosa que era ya una mezc<strong>la</strong><br />
de sudor, melosidad de <strong>la</strong> torrija y baba de caracol; separé tus muslos y abriéndote el coño con<br />
mis dedos, restregué una torrija entre sus <strong>la</strong>bios. Muy despacio fui saboreando aquel<strong>la</strong> miel que<br />
se unía a tus jugos incendiados.<br />
-Qué maravil<strong>la</strong> –te dije.<br />
-Sigue, sigue… - suspirabas tú.<br />
Seguí <strong>la</strong>miéndote el coño hasta que te corriste; comí los restos de <strong>la</strong> torrija mezc<strong>la</strong>dos<br />
con el sabor de marisco vivo de tus entrañas. Sentía palpitar mi pol<strong>la</strong> apretada entre mi vientre<br />
y <strong>la</strong>s sábanas. “Che fia? Morir mi sento!”, cantaba <strong>la</strong> Cal<strong>la</strong>s. Pero ya no escuchábamos nada sino el<br />
<strong>la</strong>tido avasal<strong>la</strong>dor de <strong>la</strong> vida, el estrépito de nuestros sentidos, que resonaba en nuestras cabezas<br />
como el temporal contra <strong>la</strong>s rocas.<br />
-Me gustaría que me c<strong>la</strong>varas contra <strong>la</strong> cama como si fuera una mariposa –me<br />
susurraste mientras me mordías los <strong>la</strong>bios.<br />
-Ven –te dije. Me senté en <strong>la</strong> cama-. A gatas. Ponte a cuatro patas, ven.<br />
Y tomando una torrija <strong>la</strong> atravesé con mi pol<strong>la</strong>. La torrija medio se deshacía, pero su<br />
miel y su b<strong>la</strong>ndura cubrían su cabeza.<br />
-Cómete<strong>la</strong>.<br />
Empezaste a mordisquear <strong>la</strong> torrija. Su miel resba<strong>la</strong>ba mezc<strong>la</strong>da con tu saliva y<br />
empapaba mis muslos. Tus dientecitos intentaban arrancar pedazos de <strong>la</strong> torrija. Poco a poco<br />
fuiste comiéndote<strong>la</strong>, y después cogiste mi pol<strong>la</strong> con <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> metiste en tu boca.<br />
-Am, am, am… -te re<strong>la</strong>mías feliz.<br />
La cama y nosotros estábamos rebozados de pringue de caracoles, miel, saliva, sudor,<br />
semen… Tú seguías chupando, cada vez más violentamente. Sentí que me iba a correr. Tú<br />
también lo sentiste.<br />
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